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Editorial

Solo buenas y aparentes intenciones

En políticas públicas no bastan las buenas intenciones. Lo que importa en la administración de los recursos estatales son los planes sólidos, medibles y eficaces  a lo largo de un determinado tiempo. Para volver a planificar.

El Presupuesto General de Gastos de la Nación (PGN) propuesto por el Ejecutivo para el año que viene está sembrado de dichas buenas intenciones, pero rápidamente ellas se revelan solo aparentes.

Si desmenuzamos el plan, a fin de detectar las líneas de intervención del Gobierno en un momento crítico no solo de la recaudación fiscal sino del mismo aparato económico, visibilizamos un presupuesto sembrado de supuestos ajustes, disociado finalmente de las necesidades que la realidad impone de manera urgente.

El ministerio de Hacienda, ordenador de gastos, se ha abierto el paraguas inmediatamente, anunciando  desacuerdos y reclamos que vendrán de todos los sectores, lo que hablaría de la conciencia por parte del Gobierno que de las intenciones suyas solo aparentes.

Un nuevo endeudamiento y la posibilidad de elevar el déficit fiscal, solo para contener gastos corrientes, no concuerda con el presupuesto “austero y de guerra” defendido por el Ejecutivo, ni con las inversiones que necesitan los sectores más dañados: educación y salud. Ni lo uno ni lo otro. Mucho menos con las premuras de la generación de empleo y de la reactivación del consumo, también urgentes.

Una casa que vive tiempos de crisis, es cierto, exige cierta austeridad. Pero también necesita reformas para sanar sus flancos más golpeados. Si no la moral, no solo los bolsillos, de los ocupantes de la casa, y la confianza en quienes guían sus destinos, se resienten y la paciencia se va acabando.

 

D.D.W-S

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