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Cultura

La reivindicación del Sargento Duré: Un extraño episodio desde Formosa (1892)

"El golpe del sargento" (2022), libro de Herib Caballero Campos, parecería ofrecer el relato más completo y reciente sobre la acción del sargento Romualdo Duré, quizás el primer golpe militar de Paraguay. Fragmento de portada

"El golpe del sargento" (2022), libro de Herib Caballero Campos, parecería ofrecer el relato más completo y reciente sobre la acción del sargento Romualdo Duré, quizás el primer golpe militar de Paraguay. Fragmento de portada

POR Thomas Whigham *
Desde Georgia

Una de las facetas más interesantes de la historia paraguaya puede verse cuando examinamos cómo una generación particular de paraguayos (eruditos, comentaristas, lectores comunes) hace uso de tiempos anteriores. Las interpretaciones que una generación más joven hace sobre hechos pasados ​​pueden ser totalmente distintas de las ofrecidas por quienes vivieron esos acontecimientos. A veces, los objetivos de un grupo pueden resultar irreconocibles para el otro, difíciles de creer e incluso difíciles de comprender.  Pienso, por ejemplo, en el argumento revisionista comúnmente expresado que atribuye a los británicos la responsabilidad por la Guerra de la Triple Alianza, un argumento que no encuentra respaldo alguno en la documentación del siglo XIX, pero que sigue captando gran atención en nuestros días.

Al observar cómo las generaciones se ven entre sí, sugeriría que los políticos constituyen una categoría especial de “historiadores”, ya que tienden a tener en mente realidades explícitas cuando estiman o rechazan ciertas figuras o acontecimientos del pasado. Sus objetivos y el uso de símbolos históricos pueden ser extraños. Por ejemplo, me parece curioso que en la pancarta del izquierdista Ejército del Pueblo Paraguayo aparezca una imagen de Solano López cuando varios gobiernos conservadores, desde hace más de setenta años, han reclamado para sí el símbolo del Mariscal. En el último tercio del siglo XIX, muchas personas lo calificaron como “tirano”, término que rara vez se usa hoy en día.

Este fenómeno de utilizar una versión del pasado para reforzar la forma política del futuro está presente en todas partes en Paraguay. Hoy ofrezco a los lectores un ejemplo inusual para ilustrar este punto, un ejemplo que involucra a exiliados liberales operando desde Formosa en 1892, hombres que se oponían al régimen de Juan Gualberto González. De manera sorprendente, al elegir un héroe digno de emulación, al menos uno de estos exiliados recurrió al temible sargento Romualdo Duré, una de las figuras más oscuras que dirigió el gobierno de Paraguay desde que el país se separó de España en 1811. Es notable lo poco que sabemos de sus antecedentes y carrera, pero sí sabemos que jugó un papel clave en la transición política entre la muerte del Dr. Francia en septiembre de 1840 y el inicio del gobierno consular de Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso seis meses después.

Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso. Cortesía

Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso. Cortesía

He aquí algunos hechos con los cuales los exiliados en Formosa tuvieron que trabajar. Después de la muerte del Dr. Francia, su “fiel-de-fechos” Policarpo Patiño dio un paso al frente para reclamar legitimidad como heredero político del Karaí Guazú. Patiño, sin embargo, no pudo conseguir el apoyo de los cuatro comandantes de la guarnición asuncena y, además, el alcalde Manuel Antonio Ortiz y el veterano médico Vicente Estigarribia se opusieron activamente. Cuando la gente en las calles parecía lista para la violencia, los cuatro jefes del cuartel anunciaron la creación de una junta para proteger la seguridad pública, apartando a Patiño en el proceso. Unos días más tarde, fue arrestado silenciosamente, acusado de malversación de fondos públicos y arrojado a un calabozo donde se suicidó (o tal vez fue asesinado).

Mientras tanto, la nueva junta actuó con torpeza y con total indecisión sobre qué hacer a continuación. En ese momento llegó a Asunción, desde el interior, el talentoso y reconocido abogado rural, Carlos Antonio López. Se ofreció como secretario/asesor de algunos de los oficiales de la milicia más descontentos, pero por lo demás esperó el momento oportuno. La gente, que todavía no podía creer que el doctor Francia hubiera muerto, se sentía desorientada. Y el miedo la mantuvo aterrorizada, esperando, confundida, insegura. Llegaron los calurosos meses de verano y no se produjo ningún cambio positivo, salvo algunos rumores vagos sobre la convocatoria de un congreso.

Luego, el 23 de enero de 1841, una unidad de infantería dirigida por el sargento Duré y otro sargento, José Domingo Campos, se rebeló contra la junta, rodeó la Casa de Gobierno con 75 soldados y forzó el establecimiento de un triunvirato con Duré como líder principal [1]. Éste anunció entonces su intención de convocar al congreso, que hasta ese momento sólo había existido como un rumor [2].

Esta vez nadie estaba dispuesto a esperar. El 9 de febrero de 1841 los oficiales del cuartel se movieron de nuevo, derrocando al triunvirato de Duré y poniendo al mando a un oficial subalterno, Mariano Roque Alonso, junto a su secretario, el mismo Carlos Antonio López que con tanta energía había trabajado entre bastidores [3]. El Congreso se reunió en marzo para formalizar este acuerdo. Al igual que los congresos franceses de 1814 y 1816, la asamblea de 1841 incluyó representantes del interior, y estos hombres rápidamente respaldaron la declaración de un nuevo régimen. López pasó a ser Primer Cónsul y Alonso, Segundo Cónsul. Este último resultó totalmente inadecuado para la administración gubernamental. Al parecer, se sintió aliviado cuando don Carlos creó una dictadura presidencial en 1844, organizando el tranquilo retiro de Alonso a su estancia en Ybytymí [4].

Para entonces, Romualdo Duré había desaparecido en la niebla de la historia. Nunca más se supo de él, salvo por la curiosa popularidad póstuma que ganó entre los exiliados liberales de Formosa en 1892. Hay, por supuesto, muchas cosas que siguen siendo extrañas en la celebración de su papel histórico en Paraguay. Sólo un hombre, que utilizó el seudónimo “Numa”, fue el autor del artículo en cuestión e hizo observaciones que suscitan nuestro escepticismo. Por un lado, ¿de dónde sacó la idea de que Mariano Roque Alonso actuaba como un civil? “Numa” también sostiene que el sargento actuó para prevenir el advenimiento de una dictadura militar. Pero los militares difícilmente podían reclamar un nivel significativo de influencia en ese momento. De hecho, desde la independencia, los Karaí habían dejado deliberadamente débiles a los militares en lugar de confiar cualquier autoridad a hombres uniformados, y menos aún a los oficiales subalternos.

“Numa” claramente consideraba que las acciones de Duré en 1841 eran relevantes para los desafíos que los paraguayos liberales percibían en 1892. Esto parece inverosímil. Habían pasado cincuenta años, se había librado y perdido una desastrosa guerra y el país era un lugar diferente. Quizás “Numa y los demás liberales deseaban oponerse a los gobiernos militares en general. Esto seguramente significaba no sólo desplazar a Juan Gualberto González, el otrora enfermo médico de ejército del Mariscal, sino también destruir la base de apoyo que sus predecesores, los generales Patricio Escobar y Bernardino Caballero, seguían disfrutando en el país.

Por lo demás, dejemos que “Numa” y los demás exiliados de Formosa hablen por sí mismos:

El Combate N. 8, (Formosa), 6 de abril de 1892
El sargento Duré

Mientras haya corazones generosos, que al calor del patriotismo palpitan, será siempre bendecida la memoria de aquel modesto soldado que, en momentos solemnes para la patria paraguaya, dio un ejemplo altísimo de civismo liberándola de una dictadura militar, que iba a ser el remedio de la que ha guardado memoria la histórica de la Roma Imperial.

Ese soldado era el sargento Duré. Su biografía carece de interés, por lo que no entrarnos en pormenores sobre la vida. Pero referimos de él solo hecho, que hile arrancado del olvido y asignado un puesto honroso entre los hombres que deben ser recordados con veneración y respeto.

El tétrico y sombrío dictador del Paraguay, doctor Francia, acaba de morir. Como no había ley alguna que previese la manera de llorarse la vacante inesperada [sic], ni existía funcionario a quien de derecho corresponde a asumir el mando, los comandantes de los cuarteles se declararon árbitros de la situación.

¿Qué iba a ser de la suerte futura del Paraguay en manos de los esbirros de la primera tiranía? ¿Se repartirán del país, como hicieron gitanes del imperio de Alejandro sus tenientes, o del de Carlomagno sus sucesores? [sic]

Parece que no hubo nada de esto, sino que pensaban enseñorearse de él y compartir el poder entre sí. A este efecto ya se habían instalado en el Palacio del Gobierno y dicen que enseguida se distribuyeron los dineros fiscales ‘a pro rata parte’ pues según el inventario hecho a la muerte del dictador y publicado por don Mariano A. Pelliza, en las arcas había algunos miles de [ilegible] de oro.

¿Qué iba a ser del Paraguay en manos de los cinco comandantes que se habían confabulado para gobernarlo? ¿Cuál sería el régimen al que lo sometían?

Todo esto era enteramente problemático, para es lo cierto que en el público se aseguraba que una dictadura militar de los cinco usurpadores, que eran hombres muy rudos e ignorantes, iba a suceder a la civil del que acababa de expirar.

En los mismos cuarteles el miedo había cundido, porque los Comandantes se había a la [roto, ilegible] anteriormente por un rigor brutal, que no debía de usarse ni en los campamentos.

El miedo era pues general, como el peligro, pero el sargento Duré libró de sus temores a todos, y de las garras de los esbirros de Francia al país.

El sargento Duré sublevó las tropas y se hizo seguir de ellas hasta el Palacio de Gobierno.  Una vez allí, intimó rendición a los Comandantes, los cuales se entregaron presos. Hecho esto, llamó a dos hombres civiles, Carlos A. López y Mariano R. Alonso, que gozaban de la fama de inteligentes y patriotas, y los constituyó en árbitros de la situación, hasta tanto se convocase al pueblo a un congreso general que decidiese de la forma de gobierno y de los destinos futuros de la nación.

Así se hizo: pero no seguiremos relatando los sucesos posteriores, porque ya no se relacionan con el sargento Duré.

Lo referido hasta para poder apreciarse la personalidad moral de aquel oscuro soldado, que realizó un hecho digno de un gran ciudadano.

El sargento Duré no tuvo en cuenta la disciplina militar, ni la obediencia a sus superiores.

Ante todo, él se consideraba ciudadano y creía con razón que su deber no estaba en acatar a ellos, sino en salvar a su país.  Y así debe ser, el militar debe cumplir lo legal y lo justo, nunca lo inicuo y lo ilegal.

El militar, como el hombre civil, no debe obediencia sino a la ley.  Si la ley es violada por el gobierno, por algún comandante o general, el soldado ya no le debe obediencia, sino que por el contrario, está autorizado a combatirle.  Ante todo, le patria y la ley. El sargento Duré así lo comprendía y procedió en consecuencia, y por ese solo hecho merece bien de la patria y de la posteridad, que le venera.

El sargento Duré es un modelo que debe imitarse.  Es la “rara avis” que apareció en medio de aquella época luminosa.

¡Quién fuera en nuestros días el sargento Duré y derrocara al actual gobierno del Paraguay, que se compone de usar padrones, de rebeldes a la ley, y de detentadores de la fortuna pública!

(firmado) Numa

 

Notas

[1] Aunque no he podido obtener un ejemplar de El golpe del sargento (Asunción: Atlas, 2022) de Herib Caballero Campos, su estudio parecería ofrecer el relato más completo y ciertamente el más reciente sobre la acción de Duré. Este último episodio pudo haber sido el primer golpe militar de Paraguay, pero definitivamente no fue el último.

[2] Los cambios de régimen iniciados por suboficiales rara vez han ocurrido en América Latina, donde las preocupaciones por la jerarquía y la disciplina mantuvieron bajo control las simpatías rebeldes, salvo las que emanaban de los rangos más altos.  Una excepción interesante fue el caso del sargento cubano Fulgencio Batista, cuya jacquerie de 1933 logró hacer a un lado tanto a la aristocracia tradicional de los plantadores como al alto mando militar de la isla. Ver Luis E. Aguilar, Cuba 1933. Prologue to Revolution (Nueva York: Norton, 1972).

[3] En retrospectiva, pero sólo en retrospectiva, era obvio que Carlos Antonio López se había salido con la suya con los jefes de los cuarteles. Ver Blas Garay, Compendio elemental de Historia del Paraguay (Madrid: Uribe, 1896), pp. 121-129.

[4]   Juan E. O’Leary, “Militares del pasado. Mariano Roque Alonso,” Patria (Asunción), 11 octubre 1931.

 

* Thomas Whigham es profesor emérito de la Universidad de Georgia, Estados Unidos.      

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