Cultura
Me responde y es insoportable
¿Cuál es nuestra relación con los objetos? ¿Son cosas, “chunches”, recuerdos, comodidad, lujo, necesidad, deseo, o algo más básico aún? Algo más primario.
Inés Verdugo, Sin título (en proceso), 2024-2025, 160 x 115x 34 cm. Cortesía de la artista
Los objetos nos causan. Nos causa guardarlos, acumularlos, tocarlos, armarlos, desarmarlos, acompañarnos. Nos visten. Nos sirven en las acciones más simples de la vida. Están por todos lados y desde el principio de los tiempos. Fabricados y, también, encontrados, existen al servicio del ser humano para que sean otra cosa que sólo una piedra, por ejemplo. Como si fuesen piezas sueltas a las que necesitamos darles un significado más allá de lo que son. Un significado, incluso, que le de sentido a su relación con nuestro cuerpo. Es con el cuerpo que nos dirigimos a estos objetos que nos causan. A veces para portarlos creando más agujeros en el mismo, o acumularlos como llenando algún vacío. Otras veces, para aferrarnos a lo que representan. ¿Acaso son un espejismo de nuestro ser? Hechos a imagen y semejanza nuestra. ¿Y, de ser así, cómo no confundirnos con el objeto? Incluso fusionarnos.
Fusión-separación parecen dos caras de una misma moneda en este juego de espejos que montamos en nuestros espacios más íntimos. En aquellos que habitamos y llenamos, en mayor o menor medida, de objetos.
Cuerpo-objeto-espacio, son tres conceptos que me interesa abordar en la obra de Inés Verdugo (Guatemala, 1983). En específico, en relación con uno de los proyectos en los que está trabajando al día de hoy. Proyecto sobre el cual tuvimos una conversación de la que derivó el título de este texto: “Me responde y es insoportable”.
En dicha conversación, Inés me enfatizaba que los objetos con los que ha trabajado en distintos proyectos nunca han tenido sonido. Esta vez, decide investigar un teclado de piano. Digo investigar, pero no el objeto, investiga cómo “lo domestica” –en sus palabras–, y lo que la deja inquieta es que tenga sonido, como si le respondiese.
¿Ella domestica al objeto o el objeto la domestica a ella?
Si le presentásemos el teclado a un músico, diría que es un instrumento, o a lo sumo, una extensión de su cuerpo que le permite crear algo. En el caso de este proyecto en curso, el teclado tiene voz. El sonido que el mismo emite le produce una extrañeza y ubica ese sonido como si el objeto le respondiese, por ende, el objeto tiene voz. Segundo, a este teclado lo viste. Así describe lo que decidió ponerle encima, debajo y alrededor, simulando algo más que un piano de cola o sólo un teclado suspendido en el aire.
Esta vestimenta, para usar sus palabras, la hace con papel kraft sobre el cual pega figuras de cartulina y pinta de negro unos picos que parecen simular unas fauces abiertas con dientes en forma de triángulos invertidos, justo encima de las teclas. Al centro de este envoltorio le pone hilos que suspende del techo para que pueda mantenerse en pie. A un lado, se ven de frente, dos pies de cocodrilo sobre el suelo. Piezas de la obra Pantano (2023).
Inés le ha dado cuerpo al teclado.
No es el cuerpo biológico, el del sistema nervioso, los órganos, etc., al que me refiero. Lo viviente (organismo vivo), está. Sin embargo, hay un cuerpo más allá de ése de la realidad. Es el cuerpo que nos construimos y que nos provee la ilusión óptica y visceral de unidad. Una especie de gestalt completa hasta que algo irrumpe esa cohesión.
Cada uno/a habla de su cuerpo a su manera, lo viste a su manera, y lo ve ante el espejo a su manera. Tomamos nuestro cuerpo como un atributo, no como nuestro ser mismo. Incluso podemos prescindir del cuerpo: somos hablados antes de nacer e incluso luego de morir. Aunque nadie nos recuerde, queda escrito y dicho, en algún lugar, que existimos. Incluso aquellos que, sin ser identificados por su nombre, están designados en su lápida por un signo: XX.
Es el margen más allá de la vida y que queda claro en el caso de las producciones artísticas de Inés.
“Nuestro paso por la tierra es transitorio, somos destinados a desvanecernos”, escribe en uno de los textos que acompaña uno de sus proyectos.
El cuerpo vivo y el cuerpo muerto aparecen y desaparecen en todas las producciones de esta artista. Cuerpo en tanto organismo vivo y cuerpo en tanto metáfora de algo que busca no quedar en esa transitoriedad. Lo que hace del espectador un testigo de esa transferencia de lo viviente de su cuerpo a los objetos con los que trabaja Inés.
Esa cualidad, de construirnos un cuerpo y no sólo ser organismo vivo que morirá, es lo que le permite esa domesticación de estos objetos a la artista. Ella transfiere a ellos, vía acciones, palabras, deseos; en otras palabras, vía una convivencia con ellos, esa cualidad de “vivientes”. No se trata de proyectar, vincularse con, o transformarse en. No, ella y el objeto mismo son uno. Que no es solamente un proceso imaginario y simbólico. Hay un fusionarse con, un deseo de ser el objeto mismo. Co-habita con los objetos mucho antes de que lleguen al espacio expositivo y a la mirada del espectador. Les inscribe un sentido de pertenencia. Son suyos y los dota de una vida propia.
Cuerpo-objeto-espacio es la dinámica a través de la cual Inés se crea un otro-cuerpo, uno maleable a ser lo que ella necesita que sea en cada proyecto. Ya sea que se trate de una casa hecha de panela, una casa de muñecas fragmentada, una secuencia de imágenes bordadas sobre tela, un video de acciones cotidianas que se repiten o una serie de objetos acumulados a lo largo de cierto tiempo e inventariados. No importa la cantidad, la estética o el formato, todos tienen un denominador común: no han sido creados como escenografías ni tampoco para que como espectadores pongamos a trabajar la imaginación. Tampoco para que nos planteemos las preguntas, ¿qué son, qué significan?
El cuerpo de obra de Inés Verdugo es visceral. Pide del espectador más que su mirada, pide que sienta en su cuerpo cómo éste puede tomar infinitas formas (incluso fragmentadas) sin que se rompa. Sus piezas son performáticas más que instalaciones. Han pasado por el proceso de ser un segundo cuerpo para la artista antes de que veamos el resultado final. Un segundo cuerpo exterior e interior a sí misma y al mismo tiempo. Un proceso en el que no se distingue dónde termina el objeto y dónde empieza la artista. Como una banda de Moebius. El cuerpo más allá de la imagen, más allá de la palabra, que por momentos puede ser insoportable. Como el teclado que, con su sonido, le está respondiendo. La voz, su propia voz, le viene del exterior y aparece donde no debía aparecer. En el sonido del teclado.
Al exhibir estos objetos y la documentación de las acciones con los mismos, crea un lenguaje propio para mostrarnos algo que es común a todo ser humano: sentir una familiar extrañeza con lo más propio que tenemos, nuestro cuerpo. Dejándonos sentir esa perplejidad que se produce cuando el cuerpo se hace oír. De allí, que digo que su obra es visceral. No se trata de entenderla, se trata de prestar nuestros cuerpos para sentirla.
Contrario a lo que uno creería, que el objeto hace de obstáculo entre el arte y el espectador, en el caso de los procesos de creación de Inés, el objeto ocupando un espacio físico (aunque sea una pantalla) sirve de bisagra para que el público no esté en la posición pasiva de recibir información (visual, auditiva, etc.). Su obra pide no entenderla racionalmente. Pide poner el cuerpo, no sólo la mirada. Es una manera de conectar con el público sin tener que poner su propio cuerpo. Es una manera novedosa de hacer de los objetos algo performático, dotados de algo que llama a ser testigo de que no son inertes, sino que algo los cambió. Por eso desconciertan.
Nuestras percepciones favorecen lo esperado y obstaculizan el ingreso de lo imprevisible, aquello que podría sacudir nuestras fatigadas neuronas. Lo imprevisible ocurre en esa transfiguración que se da en la obra de Inés, cuando al co-habitar con sus piezas permite que opere en ellas el pasaje de un estado a otro. Del estado de un teclado que emite sonidos a algo viviente que le responde. Es una nueva manera de subjetivación de lo universal: de un urinal a una superficie que “recubre de ensoñación”, con la que habita en su casa/estudio y donde “renacen mis sueños y fantasías”. Objetos que piden del espectador el reconocerla a ella en aquello que observa. Su obra pide ser descifrada con nuestros cuerpos, no entendida con la razón. Inés no escenifica el arte ni lo convierte en discurso o algo legible. Ella cifra el arte, afecta los objetos con sus afectos y deja la huella de aquello que la perturba. Se duplica en ellos y sólo el espectador dócil al tiempo es capaz de captar esta cualidad singular de su cuerpo de obra.
¿Por qué dócil al tiempo? Por que en el momento que deja de sólo contemplar y/o entender estos objetos, ese espectador dispuesto a la vivencia visceral de lo que tiene frente a sí, advierte el tiempo del cuerpo vivo. Aquél que no es eterno. Allí se topa con su propio “desvanecer”.
* Paulina Zamora es investigadora en arte contemporáneo, gestora cultural y psicoanalista de orientación lacaniana. Es fundadora y directora general de Yaxs, Guatemala.
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