Cultura
Son de Asunción
La guarania acaba de ser declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Compartimos este relato como homenaje a José Asunción Flores, su creador. Diálogo entre el Maestro y su amigo Darío Gómez Serrato.
Oînepa imandu’ávaerã ñanderehe ku heta ára ohasakuévo, nde Serrato.
Cherehe sa’i imandu’ãne hikuái. Ndehegui katu, Flores, oikóta pe inmortal oje’éva. Tuichaite mba’e ningo ko rejapóva hína, ne mitã.
La guarania de Flores es el son de Asunción. Darío Gómez Serrato y José Agustín son de Asunción. Tan asunceno este último, que ya de adulto cambió su Agustín original por el nombre de la ciudad que lo vio nacer. Había nacido aquel frío 27 de agosto de 1904 en ese espacio mágico que es Punta Karapã, ahí desde donde se domina la vista de la bahía, en una cumbre de la Chacarita, quizá el más antiguo de los barrios de la capital paraguaya.
Darío era de otro barrio de pura prosapia asuncena: Santísima Trinidad, donde, desde aquel caluroso 20 de enero de 1900 cuando vino al mundo, dejó sus huellas profundas de poeta, de docente y de ser humano.
La guarania, hija florida de Flores, suena a Asunción. Tiene la cadencia de la vieja ciudad en sepia, languideces del ka’aru y la urbana armonía de los sonidos simultáneos de la noche.
No es un lamento como otros sones regionales. Es un acento sensible, aunque no sensiblero. Aun en su dejo de tristeza tiene un pudor sobrio que le pone límites a la melancolía.
Había debutado una cálida noche de enero de 1925 en la terraza del hotel Cosmos, en el ensamble de instrumentos de tres extranjeros: Alfred Brand, piano; Alfred Kamprad, violín, y Erik Piezunka, violoncelo. El trío había quedado encantado con esa pieza fundacional de la guarania a la que Flores llamó Jejuí, en una experiencia que echaría a rodar una nueva historia en la música paraguaya. El principal testigo de aquel debut fue el presidente de la República, Eligio Ayala, asombrado ante tanta belleza y curioso por conocer al autor. Flores no estuvo ahí. Era un chiquilín de 21 años, ignoto músico de la Banda de Policía, y pobre. El Cosmos no era “su lugar”, aunque sí lo fue de su música.
Serrato y Flores. Asuncenos. Dos mita’i akã hatã de la Banda de la Policía, bohemios espectadores de amaneceres perpetuos, buscadores de nuevas formas para las voces del arte que identificaran a un Paraguay emergente de mil avatares.
¿Vos creés que alguien se acordará de nosotros en el futuro, Serrato?
De mí, pocos se acordarán. De vos, Flores, harán eso que llaman un inmortal. Esto que estás haciendo es demasiado grande.
Aunque los amigos me reconocen por lo que hago, sigo buscando aún registros novedosos. Ya tengo bien trabajado el tema de la escritura de nuestra música nativa. Y la guarania ya está asentada y reconocida como una nueva forma musical.
Tenés un prestigio hecho en este medio que es bien difícil, cha’migo. Aquí, al que sobresale le bajan la cabeza de un tiro.
Flores tendría luego su Salieri, un virtuoso encumbrado que no le perdonaría su talento innato y su creatividad inquieta. Y su éxito. Y que se negaría a interpretar su guarania cuando Asunción se reconocía en aquel nuevo son que transitaba los raídos empedrados de la ciudad. Aquel gran maestro de la música, que para sus ataques a Flores desde un periódico se escondía tras el seudónimo de Smerdiacoff, no admitiría que un soldadito de la banda policial fuera capaz de engendrar la mayor novedad musical en la historia del Paraguay.
Para ser completa, la guarania necesitaba letra. Y en eso, Rigoberto Fontão Mesa me ayudó mucho. Arribeño resay y Ka’aty tienen versos bien elaborados. Y algo que me gusta mucho, la mezcla entre el español y el guaraní. A Fontao lo conocí en lo de don Arturo Alsina. Ahí pues se reúnen los muchachos de la poesía. No sabés lo que es escucharlo a Hérib Campos Cervera, por ejemplo. Y bueno, Fontão está siempre entre ellos y de ahí nació la idea de sus letras.
Sí, es cierto. La letra es importante. Tu melodía de Ñasaindýpe no sería completa sin la letra del amigo Félix Fernández.
Esto está en sus comienzos, Serrato. Tengo varias ideas en la cabeza. La música paraguaya debe llegar a la jerarquía de lo que los estudiosos llaman música culta. Pero debo estudiar más para eso. Mucho más.
Pero si con lo que sabés hasta ahora mirá lo que lograste. Lograste crear una música que tararean y silban ricos y pobres. Me parece que tenés todo para seguir creciendo. Alguna vez la guarania será reconocida en el mundo. Estoy seguro de eso, Flores.
Los compañeros de la Banda me están ayudando mucho, y también otros amigos músicos con quienes pruebo mis creaciones y me dan concejos sobre armonizaciones y todo eso.
A propósito, te voy a llevar a conocer a una persona que te va a gustar. Es un poeta prestigioso y respetado, y mi amigo. Manuel Ortiz Guerrero se llama.
Ya está, Serrato. Cuando quieras iremos a conocerlo.
Él ya sabe de vos, y le va a encantar escuchar tu guarania.
Serrato y Flores. Asuncenos. Caminantes de suburbios, picaflores urbanos. Enamoradizos, ocurrentes, cantores de luna llena en persuasivas serenatas. Expertos domadores de perros de fiero ladrido en sus patrullajes nocturnos por calles y callejuelas en aquella Loma Tarumá o en los recurrentes retornos a Punta Karapã cruzando el centro asunceno de casas chatas y coquetos palacetes que convivían sin molestarse. Asunción de hacia finales de los años 20 en la que se trataba de ocultar la aprensión ciudadana por la posibilidad de una nueva guerra.
¿Vos creés que alguien se acordará de nosotros en el futuro, Serrato?
De mí, pocos se acordarán. De vos, Flores, harán eso que llaman un inmortal. Esto que estás haciendo es demasiado grande.
La música me ayudó a serenar mi vida. A veces pienso en todos los dolores de cabeza que le di a mamá desde chiquitito, Serrato. Eso de escaparme de casa y andar vagabundeando por ahí. Ni yo sabía lo que quería. No me gustaba la escuela, pero sabía que había algo que debía encontrar. Algo me esperaba en algún lugar.
Tu mamá se acuerda siempre de cuando te escapaste en un barquito y fuiste a parar en Puerto Guaraní. Tenías solo 10 años. Eras corajudo, mita’i. No cualquiera se anima a hacer eso.
Un año estuve allá, hasta que mamá se fue a buscarme y volví con ella. Mamá se fue embarazada de su relación con un nuevo compañero y volvimos ya con un hermanito en brazos.
Yo creo, Flores, que en tu caso y en el mío, y en el de tantos compañeros, la Banda de la Policía fue lo mejor que nos pudo haber pasado.
Sí. En mi caso, ahí encontré eso que ni yo sabía que buscaba con tanto afán: la música. Y ahí me pasó eso de que descubrí algo que al parecer ya lo traía dentro, la guarania.
La guarania es la música de Asunción, mi estimado Flores. Es la música de esta ciudad.
Asunción es mi lugar en el mundo, Serrato. Aquí quiero vivir y aquí quiero morir cuando me toque el turno. Por algo cambié mi nombre original, José Agustín, por José Asunción.
En todo caso, yo creo, Flores, que vos debés ir a dar a conocer tu música por el mundo. Y después volver a morir aquí, en Asunción. Cheveroguarã, oikotantevoi ndehegui la inmortal.
Mirá, Serrato. Yo no sé si llegaré a ser inmortal. Ni se me antoja. Pero sí me gustaría que la guarania lo fuera. La guarania es el son de Asunción, el sonido propio de esta nuestra ciudad, que no sé si es linda o fea, pero es nuestra.
Es más linda desde que vos le diste su son, Flores, su sonido personal, la guarania.
Serrato y Flores. Poeta y músico. Santísima Trinidad y Punta Karapã. Espíritus errantes entre lira y diapasón. Verbo y armonía. Cazadores de luceros. Barrio y loma. Arenales y yuyal.
Serrato y Flores, jinetes de vientos mansos, ambos, como la guarania, son de Asunción.
Nota de edición
Este relato está incluido en el libro Asuficción: cuentos asuncenos, de Bernardo Neri Farina. Obtuvo el segundo puesto en el Premio Municipal de Literatura 2024.
* Bernardo Neri Farina es presidente de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.
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9 de diciembre de 2024 at 20:18
Buenísimo…