Cultura
El sótano. Divagaciones sobre “Añamemby”
Escena de "Añamemby". Cortesía
La versatilidad de Agustín Núñez como dramaturgo y director permite siempre que una obra de su autoría sorprenda. Y eso es, de entrada, un mérito en medio de un contexto global regido por la previsibilidad, cuando no por la banalidad de la sociedad del espectáculo y el entretenimiento. Menos mal que hay teatro en Paraguay que une la fruición estética con la dimensión crítica, con el impulso a la reflexión que queda flotando en el público una vez terminada la puesta. Añamemby se inscribe en la línea de este teatro. Se trata de una obra sucinta, un drama de cámara provisto de ligeros toques de comedia que alivian el rigor del tema; pero, también, una obra dotada de una breve dimensión trágica.
Hay tragedia cuando el destino se vuelve inapelable; entonces, la ética depende de una constreñida escena de libertad jugada sobre el borde de la muerte. En ese limitado espacio transcurre la narración. Lo hace apelando a los medios tradicionales de la representación escénica, vinculados con cierta tendencia realista del teatro paraguayo. Esa renuncia a usar exploraciones del lenguaje teatral, que bien conoce Agustín Núñez, le permite emplear el relato directo para hacerlo culminar en una coda inesperada, que resuena ya fuera de escena, terminada la representación. Así, la narración se cierra solo a medias: deja en el aire la conciencia de que la corrupción y la barbarie del stronismo siguen vigentes.
La obra parte de un hecho real: la historia de una maestra rural empeñada en proponer una educación crítica en tiempos de la dictadura de Stroessner. La ficción no hace más que desarrollar, en clave dramatúrgica, las verdades, miedos y horrores contenidos en esa anécdota. La violencia de esos tiempos de oprobio se expresa en un caso menudo. Pero la microhistoria, bien expuesta, es capaz de concentrar con fuerza y reflejar momentos oscuros que anidan en los pliegues de lo acontecido y que solo son accesibles a través de la representación del arte. Todo el desarrollo de la obra se encuentra cargado de una tensión casi imperceptible que va creciendo con cada movimiento. Esa inminencia que amenaza, aunque no está explícita, desde el detrás de los hechos cotidianos corresponde a lo siniestro freudiano: el peligro que acecha silenciosamente en lo más cercano y que se manifiesta de golpe, trastornando el curso normal de los acontecimientos.
El sótano es cifra de clandestinidad y de doble fondo, tanto como símbolo de fuerzas oscuras que perturban el orden social y manchan la historia. Pero ese depósito furtivo es también metáfora de recuerdos guardados, pero activos. La obra trae a colación el papel primordial de la memoria en apoyar la construcción de tiempos posibles capaces de impedir que sus yerros continúen. Mientras estemos sometidos a la fuerza de los añamemby esa tarea será difícil. Pero no imposible.
* Ticio Escobar es crítico de arte, curador, docente y gestor cultural. Fue presidente de la sección paraguaya de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Paraguay), director de Cultura de la Municipalidad de Asunción y ministro de la Secretaría Nacional de Cultura. Es director del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.
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