Acaso… ¿somos recuerdos?

POR Aníbal Cardozo Ocampo *

Aparentemente casual es el encuentro entre la señorita Mercedes (Techi Pereira) y sus antiguos alumnos de la escuela primaria: Carlos (Mario González Martí), Lía (Natalia Cálcena) y Manuel (Diego Mongelós); encuentro que acontece en el neutral espacio de una oficina de control y vigilancia de un supermercado. Pero lo casual de este encuentro se vuelve perentorio, pues convoca a la memoria de un pasado que, en el mejor de los casos, cuestiona o, incluso, pretende justificar el presente.

El encuentro con la antigua maestra revela la vinculación con un pasado, tamizado por una memoria selectiva que nos mantiene en sigilo, que nos escuda, que nos apremia y que nos denuncia. Es el pasado que coexiste en lo que somos.

Recuerdos de matices, de luces y sombras y de lo que creemos recordar o, más bien, de lo que elegimos recordar. Tal el caso de la señorita Meche, de memoria implacable o, mejor aún, de selectividad impecable. La señorita que reniega el recuerdo de un alumno particular ―decisivo para ella―, tanto como para Carlos y para Manuel e incluso para Lía, quien, aparentemente, nunca lo conoció: no obstante, la atosiga desde su ausencia como un vacío interrogante de lo que ella pudo haber sido o que no fue.

La habitación blanca © Gabriela Zuccolillo

Hay una habitación blanca, que es nuestra infancia. Es el espacio neutral que se configura y reconfigura constantemente en subespacios. Son los recuerdos cambiantes, que se asocian a lugares, a veces nítidos o bien difusos, como sensaciones de lo que creemos recordar. En este espacio de la memoria hay una presencia crucial: un alumno, constantemente nombrado, es el gran ausente: hasta se podría creer que es el protagonista callado del drama. Algo esencial y ausente, como aquellas cosas inexplicables de lo que, aparentemente, no tiene sentido en nuestra existencia.

Y todo esto nos lleva a una pregunta clave: ¿Qué somos? Podríamos creer que somos nosotros y los otros, una alteridad instalada en nosotros que nos completa o, quizás mejor aún: somos aquella relación que entablamos nosotros con los demás: “¿… que no tenemos ninguna relación…?”, le recrimina la maestra al exalumno… ¿Cuánto de aquellas maestras está todavía en nosotros al identificar un número; al leer o redactar algo…, al sumar lo más elemental…? La relación está presente en todo momento, pero de manera sistemática, casi siempre soslayada.

La habitación blanca © Gabriela Zuccolillo

Somos lo que elegimos recordar: así podría concluir esta reflexión, fruto de la tensión, de la duda y la emoción nacidas ante esta obra, como cabal concepción en escena del drama de lo que somos. Inspirada la “puesta en obra de la verdad” (al decir de Heidegger) del maestro Agustín Núñez, pues con lo mínimo supo obtener lo máximo.

Una sala neutra y adecuada para los artificios teatrales que suscitan el sentimiento. Cabal el tenor dramático manifiesto en los agonistas del conflicto, para engendrar la catarsis en nosotros, los espectadores. La ambientación, el juego de luces y la cercanía del público con el escenario sin fronteras, marcan el rigor y la nobleza de esta puesta dramática, cuyo tratamiento y puesta en escena, a todas luces, son producto de una inspirada creatividad.

Nota de edición

La obra La habitación blanca, de Josep María Miró, cuenta con la dirección de Agustín Núñez y está protagonizada por Techi Pereira, Mario González Martí, Natalia Cálcena y Diego Mongelós. Subirá a escena el sábado 25 y domingo 26 de mayo en Sala La Correa (Gral. Díaz c/ Don Bosco y Hernandarias).

* Aníbal Cardozo Ocampo es arquitecto, profesor titular de crítica arquitectónica, miembro del Colegio de Arquitectos y de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA).