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Cultura

Notas críticas a “La Argentina” de Martín del Barco Centenera

Martín del Barco Centenera, portada de "La Argentina", 1602, primera edición. Cortesía

Martín del Barco Centenera, portada de "La Argentina", 1602, primera edición. Cortesía

Creo que el lector paraguayo promedio ignora cuán limitada es la información histórica sobre las primeras etapas de la colonización en su país: algunos documentos menores de carácter más bien formal (copias del requerimiento y varios informes al rey), una relación compilada por el secretario de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, notas y cartas de carácter eclesiástico, y unas memorias un tanto extrañas escritas en un alemán apenas comprensible por un aventurero bávaro. Esto es prácticamente todo lo que existe hasta que llegamos a la próxima generación, con algunos materiales jesuitas tempranos y dos “poemas históricos” o romances de calidad dudosa. Uno de estos últimos, La Argentina, fue escrito por Ruy Díaz de Guzmán (1559-1629) –nieto del gobernador Domingo Martínez de Irala–, para obtener una importante sinecura. El autor fracasó en su cometido y la obra tampoco tuvo amplia lectura. De hecho, permaneció inédita hasta 1835, cuando el bibliófilo italiano Pedro de Angelis la sacó a la luz en Buenos Aires.

El segundo de los “romances”, también llamado La Argentina, fue escrito por Martín del Barco Centenera casi al mismo tiempo. Fue publicado por Pedro Crasbeeck en Lisboa en 1602 [1]. Desde el principio, los lectores criticaron tanto su calidad literaria como la veracidad de la historia. Sin embargo, a pesar de sus fallas, el poema de Del Barco Centenera es crucial en cualquier estudio de los primeros años de la colonización española en Paraguay. Y plantea la pregunta de qué hacer cuando la única fuente disponible es una fuente pobre.

Martín del Barco Centenera, "La Argentina", 1602, primera edición. Cortesía

Martín del Barco Centenera, La Argentina, 1602, primera edición. Cortesía

Del Barco Centenera nació en Extremadura en 1535. Poco sabemos de su infancia o linaje. Evidentemente, el joven Martín sí estudió teología en Salamanca, aunque no ha salido a la luz ningún registro positivo de su presencia en la universidad. Cuando el futuro adelantado Juan Ortiz de Zárate preparaba su aventura americana, Del Barco Centenera se sumó a la expedición, obteniendo del Consejo de Indias el título de archidiácono de la Iglesia en Paraguay. Los cinco barcos de la expedición de Zárate zarparon de España en octubre de 1572. Meses después, una tormenta empujó una de las embarcaciones a la bahía de Guanabara y los capitanes de los otros navíos decidieron detenerse en Santa Catarina. La moral había caído drásticamente y, al partir de este último puerto en octubre de 1573, ciento veinte hombres habían desertado. Los restantes navegaron hacia el Río de la Plata un mes después, estableciendo un campamento primero en la isla de Martín García y luego uno mucho más chico en la confluencia de los ríos Uruguay y de la Plata. Desde allí Del Barco Centenera pasó a Asunción, adonde llegó finalmente en febrero de 1575.

Como muchos de su época (y de la nuestra), el archidiácono era un hombre ambicioso. No dudó en incorporarse a la política para salir adelante, e incluso fue detenido durante un breve tiempo por conspirador. Pero también comenzó su labor sacerdotal escuchando confesiones y predicando a los españoles residentes en Asunción. Sin embargo, pospuso sus labores con los nativos debido a su débil dominio del guaraní. En cambio, en 1579, se unió a una campaña contra los indios encabezada por el teniente gobernador Juan de Garay, quien debía su autoridad al sucesor de Zárate.

A principios de 1580, Garay regresó a Asunción para preparar el restablecimiento de Buenos Aires. Sin embargo, antes de su partida, nombró protector de los indios a Del Barco Centenera, a pesar de que todavía no entendía el guaraní. Con esto, parece claro que Garay consideraba al archidiácono un lacayo útil, y que podía confiar en él como aliado en cualquier debate futuro sobre quién debería gobernar las provincias rioplatenses. Garay necesitaba todos los aliados que pudiera encontrar. El virrey en Lima se había negado a reconocer su autoridad en el Plata y esto había provocado fricciones tanto en Asunción como en Santa Fe. Entonces, como ahora, había tensión política en varios lados.

Martín del Barco Centenera, "La Argentina", 1602, primera edición. Cortesía

Martín del Barco Centenera, La Argentina, 1602, primera edición. Cortesía

Poco tiempo después Del Barco Centenera obtuvo permiso para ir a Perú a presionar por el caso de su aliado. Después de su llegada a Chuquisaca, la Audiencia lo nombró capellán, cargo que ocupó sólo unos meses antes de ser designado vicario en Porco. En agosto de 1581, el arzobispo Toribio Mogrovejo convocó a sus obispos sufragáneos a un concilio en Lima, que luego nombró a Del Barco Centenera uno de los secretarios. Esta nominación lo colocó en una situación mucho más polémica que cualquiera que hubiera visto en Paraguay. Los clérigos cuzqueños, al parecer, habían presentado cargos contra su obispo, Sebastián de Lartain. El archidiácono se puso del lado de este último en la disputa, provocando así la ira de Mogrovejo, quien lo despojó de sus medios de sustento material. Las autoridades inquisitoriales intervinieron y nombraron a Del Barco Centenera comisario de Cochabamba, pero no tuvo éxito en el cargo. Juan Ruiz Del Prado, inspector de la Santa Inquisición, llegó poco después a Lima con instrucciones de reformar toda la institución. En consecuencia, en agosto de 1590 destituyó a Del Barco Centenera, imponiéndole una multa de doscientos pesos.

Sin base ya en Perú, el ex archidiácono optó por regresar a Asunción tras una ausencia de nueve años. Llegó a la ciudad poco después de que un levantamiento popular derrocara al obispo local, lo que dejó a Del Barco Centenera, de manera bastante inesperada, como el más alto dignatario eclesiástico de la provincia. Durante un tiempo ejerció pleno control sobre el obispado, pero nunca se distinguió en ese puesto. No se conoce la fecha de su salida de Paraguay, ni se tiene información sobre los últimos años de su vida. Ricardo Palma, el coleccionista peruano de anécdotas coloniales, repite el rumor de que Del Barco Centenera murió en Portugal en 1605, habiendo finalmente regresado a Europa después de más de dos décadas en ultramar [2].

Teniendo en cuenta todo el tiempo que consagró a asuntos políticos y eclesiásticos, puede parecer extraño que Del Barco Centenera hubiera podido dedicar esfuerzos a la literatura. De hecho, no se sabe mucho sobre sus logros literarios. Como sacerdote debió conocer el latín del Breviario, pero no existe evidencia convincente que demuestre un conocimiento extenso de ese idioma (no más de lo que entendía el guaraní). En ningún lugar La Argentina sugiere una clara influencia de Ovidio, Virgilio u otros poetas latinos. La debilidad fundamental del poema, que carece de nobleza y elegancia, prueba que el autor no estaba familiarizado (con algunas excepciones) con las modas poéticas de su época. Hay, sin embargo, clara prueba en el Canto XXIV de que tenía en alta estima a Alonso de Ercilla y Zúñiga, autor del poema épico chileno La Araucana que, por supuesto, estaba escrito en español.

En el Archivo General de Indias hay una carta, sin firma ni fecha, atribuida a Del Barco Centenera, en la que éste, dirigiéndose al Rey, dice: “He preparado una historia completa del Río de la Plata y del Perú que, con el favor de Vuestra Majestad, se publicará.” De hecho, La Argentina describe “provincias tan vastas, pueblos tan belicosos, y animales salvajes, pájaros y serpientes tan llamativos, hasta peces en forma humana, como para dejarlos en éxtasis [a los hombres comunes]”. Los hábitos sociales de los indios reciben alguna atención, si no aprobación; y se alude con frecuencia al mestizaje que luego confirmó a los paraguayos como un pueblo bicultural, bilingüe. En el Canto II, Del Barco Centenera dio su propia glosa a la historia del mestizaje en Paraguay:

Gran copia de mestizos hay en ella;
Pero más abundancia de mujeres;
Porque la guerra hace en ellos mella,
La cual, sin interés y sin haberes,
Con sólo el fin la sigue de tenella.
Y así, lector curioso, si quisieres
El número saber de las doncellas
De cuatro mil ya pasan como estrellas.

Martín del Barco Centenera, "La Argentina", 1602, primera edición. Cortesía

Martín del Barco Centenera, La Argentina, 1602, primera edición. Cortesía

En el Canto III, el poeta continúa:

Otra laguna grande más crecida,
de más admiración que aquesta vemos,
que esta la tierra adentro algo metida,
los indios de Acahay en sus extremos
habitan, y ellos dicen que fundía
antiguamente fue gente y creo
nos dicen que está el diablo atormentado,
aquellos que pecaron en nefando.
Gran grito y alarido, y gran estruendo
allá dentro parece que resuena,
cuando se alega junto estremeciendo,
el cuerpo queda todo con gran pena,
algunos de temor vuelvan a huir,
pajas se les antoja, y sal arena,
que son diablos que vienen en pos de ellas,
y vuelvan erizados los caballos.

Martín del Barco Centenera, La Argentina, 1602, primera edición. Cortesía

Martín del Barco Centenera, La Argentina, 1602, primera edición. Cortesía

Desafortunadamente para el lector paraguayo interesado en la historia temprana del país, el poema de Del Barco Centenera ordena una crónica de acontecimientos que se desarrollan a lo largo de la costa atlántica y en territorios que hoy se encuentran en Perú, Bolivia y la República Argentina. Estos eventos incluyen batallas con los indios charrúas, exploraciones a lo largo de los afluentes del Paraná y los efectos siempre presentes del hambre. Solo esto último huele a precisión. Del Barco Centenera expone los detalles de la hambruna que vivieron los españoles, señalando que todos los animales y reptiles, por repugnantes que fueran al principio, finalmente encontraron su lugar en la despensa, para “la gran hambre prestaba salmorejo”.

De la conquista y los conquistadores españoles el archidiácono se ocupó principalmente. Su poema no presenta grandes personajes de origen guaraní comparables a los incas inmortalizados en el relato del Inca Garcilaso o a los araucanos celebrados por Alonso de Ercilla. Las pocas figuras que Del Barco Centenera menciona han sido embellecidas más allá del reconocimiento con afirmaciones poco creíbles. En el Canto XV, por ejemplo, encontramos una evocadora referencia al primer mártir cristiano en Paraguay, un fraile de San Francisco muerto por las flechas de los Agaces. Dice el poema que después, durante muchos años, los indios recordaron la muerte del fraile pues habían visto a la Virgen descender en forma visible y deslumbrante para recibir al hombre y conducir su alma a la eterna bienaventuranza.

Martín del Barco Centenera, "La Argentina", 1602, primera edición. Cortesía

Martín del Barco Centenera, La Argentina, 1602, primera edición. Cortesía

También encontramos en La Argentina un cuento sobre el trágico romance que tiene a un cacique Timbú embelesado con Lucía Miranda, esposa de un capitán español que acompañó la expedición de Sebastián Gaboto en 1527. Llamada “fábula” por el renombrado bibliógrafo argentino Rómulo Carbia y muchos otros, esta historia relata cómo el cacique se apoderó a traición del campamento español en Sancti Spíritus, matando a todos menos cuatro mujeres. Él mismo murió en la refriega, y su lugar lo ocupó su hermano Siripó, quien también se enamoró de Lucía. Su esposo español regresó para intentar salvarla, pero es capturado y liberado gracias a las súplicas de Lucía a Siripó, pero al final todos mueren por amor [3]. Con Del Barco Centenera puede ser difícil saber cuándo acaba la historia y cuándo empieza la ferviente imaginación. Pero no aquí. Ningún erudito serio acepta hoy esta leyenda como un relato verídico de los hechos. No estaríamos equivocados, para usar las palabras de Paul Groussac, en censurar la historia como una huida “del disgusto y la molestia que suelen inspirar las largas y prolijas crónicas” [4].

Gran parte de lo que vemos en La Argentina está igualmente desprovisto de la veracidad histórica que Ercilla se enorgullecía de ejercitar en su poema de Chile. En esto, podemos señalar que Ercilla no era clérigo, mientras que Del Barco Centenera había entrado en el Nuevo Mundo para contribuir a la destrucción del paganismo. No sorprende que cualquier personaje fuerte entre los indios le pareciera, naturalmente, un defensor del mal. Deseaba transformar a los héroes paganos en cristianos, no hacerlos disfrutar de la admiración de las generaciones posteriores. Lo que a Ercilla, el caballero, le pareció tan noble y digno de honor en el comportamiento indio, al archidiácono le pareció algo a exterminar.

Del Barco Centenera, para su crédito, a veces se preocupaba por agregar florituras satíricas a su poesía. Relata en el Canto I que dos caciques hermanos se pelearon por la posesión de una cacatúa y se vieron así envueltos desde entonces en una guerra fratricida siendo este el origen de la división entre tupíes y guaraníes. La Argentina también intenta ser poéticamente sofisticada al imitar a La Araucana en su composición de octava real [5]. Esta fue una unidad muy difícil de ocho líneas de 11 versos silábicos unidos por un esquema de rima apretado y adaptado principalmente de precedentes italianos. Lamentablemente, mientras Alonso de Ercilla podía presumir de genio, el archidiácono apenas salió de la mediocridad.

Martín del Barco Centenera, "La Argentina", 1602, primera edición. Cortesía

Martín del Barco Centenera, La Argentina, 1602, primera edición. Cortesía

La Argentina debe ser vista en dos aspectos paralelos, como poesía y como historia. Tampoco ofrece la obra el tipo de satisfacción que los estudiosos y lectores de Argentina y Paraguay desearían. Nos encontramos preguntándonos lastimeramente: ¿qué es real y qué es inventado? ¿Qué se dice de buena fe y qué se dice con intención de engañar? Del Barco Centenera, por supuesto, escribía para su tiempo, no para el nuestro, y seríamos sabios en no olvidar esta realidad. Si pensamos en su poema como una naranja lista para que la exprimamos, tendremos que hacerlo muy fuerte para obtener los jugos históricos apropiados, separados de la pulpa.

Notas

[1] No está claro que Del Barco Centenera y Díaz de Guzmán fueran conscientes de los esfuerzos del otro en la escritura de la historia del Paraguay y del Plata.

[2] Bernard Moses, Spanish Colonial Literature in South America, Londres, Nueva York, 1922, pp. 222-241; Efraím Cardozo, Historiografía paraguaya (México: Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1979), pp. 174-185.

[3] Rómulo D. Carbia, Historia crítica de la historiografía argentina (desde sus orígenes en el siglo XVI), Buenos Aires, 1939, pp. 28-29.

[4] Paul Groussac, Mendoza y Garay, Buenos Aires: Jesús Menéndez, 1916, pp. 467-469.

[5] Suplemento de La Nación, Buenos Aires, 1 enero 1907.

 

* Thomas Whigham es profesor emérito de la Universidad de Georgia, Estados Unidos.

 

2 Comments

2 Comentarios

  1. SILVIO TOMAS SOSA ALARCON

    18 de enero de 2024 at 16:10

    1.- RUY DIAZ DE GUZMAN:
    El libro Material Original estuvo 132 años en Asunción (Cabildo de Asumpcion) y fue sustraído por el Gobernador Larrazábal, los Locales de Asunción al no tener fe o confianza dejaron el Material al arbitrio del Gobernador que lo lleva a Buenos Aires.
    Lo que debemos saber:
    Del porque se llama la Argentina, fue secuestrado y llevado desde Asunción a Buenos Aires (1747) además el Termino Argentina se utiliza desde el año 1860 por lo tanto es una apropiación del material.
    Es importante mencionar que, darles el crédito a los paraguayos siempre fue tema de discusión, como decía Bartomeu Meliá, los indígenas tenían un Idioma, una religión hasta la farmacopea mas maravillosa, El Guarani es Sangre, es fuego, el Español es Látigo (A. Jover Peralta).

  2. thomas whigham

    21 de enero de 2024 at 17:53

    Estoy de acuerdo. Mas aun, quisiera subrayar que los lectores deben dedicar mas tiempo a estudar a los documentos mas antguos–Diaz Guzman, Schmidl, Pero Hernandez, etc. Solo entonces podremos tener un vision a largo plazo del desarrollo de los paraguayos como pueblo.

    Gracias don Sosa A,

    Thomas

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