Cultura
“Este museo no es un museo”
De reciente aparición, el libro “Este museo no es un museo” puede ser entendido como la historia afectiva de una institución referencial del arte en Paraguay: el CAV/Museo del Barro. Su autora, Lia Colombino, reconstruye el largo proceso de materialización de un sueño compartido, ofreciendo claves para comprender aspectos de la escena artística de los últimos 30 años. Aquí reproducimos un fragmento.
CAV/Museo del Barro. Cortesía
Otra(s) historia(s)
En Paraguay, en el interior de la academia no existe la carrera de Historia del Arte, ni siquiera la de Antropología. Las carreras de Filosofía, Historia o Letras son siempre subsidiarias; por lo general y hasta ahora, los estudiantes de dichas carreras las realizan para obtener el título, y muchas veces lo hacen para ser maestros o profesores. Algunas personas recibidas de estas carreras pueden producir investigaciones; pocas en el ámbito académico y, en mayor medida, con esfuerzo propio y fuera del sistema de investigación adscripto a las universidades. El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) posee muy pocos fondos destinados a las humanidades, aunque cada vez más a las ciencias sociales.
En el ámbito de la museología y museografía, no es sino hasta hace un par de años que existe un Diplomado abocado a tratar estos contenidos en la Universidad Autónoma de Asunción.
La carrera de Arquitectura, abierta recién en 1957, es la que más sistemáticamente se ha encargado de la Historia del Arte. Las carreras de Bellas Artes en el Instituto Superior de Bellas Artes (ISBA) y de Artes Visuales en el Instituto Superior de Arte “Dra. Olga Blinder” (ISA) han empezado a trabajar como instituciones de enseñanza superior en diferentes momentos: el ISA se crea en 1996, dependiente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Asunción; y el ISBA, en 2000, cuando de Escuela de Bellas Artes pasa a ser como instituto de educación superior, primero dependiente del Ministerio de Educación y a partir de 2018 se reconoce como ente autárquico.
Las historias, los libros que las guardan, han sido escritas por estudiosos o investigadores, muchas de las veces identificados con algún proceso político o algún personaje de la historia republicana. De manera que casi siempre –existen excepciones– los estudiosos de la historia han tenido como motor cierta visceralidad. Hay que aclarar, también, que casi todos ellos han transitado siempre dentro del marco de la historia oficial y pocos se han salido de allí. Como cuñas o puntas de lanza, existen algunos textos que abren un pequeño interrogante dentro de la propia historia. Algo que no se había nombrado antes o tal vez sí, pero que se encontraba perdido en alguna crónica escrita en los recovecos de un archivo poco consultado.
Así es como la “historia paraguaya” no ha levantado ciertos hechos o no los ha puesto en ningún centro como para realmente tener cierta claridad respecto al devenir del territorio que hoy ocupa el país. En los últimos veinte años, esto se ha revertido, en parte, aunque estos nuevos enfoques no hayan permeado en los currículos escolares.
Cuando los propulsores de la creación del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro comenzaron a tener curiosidad por diversas manifestaciones culturales, se encontraron con que poco se había escrito sobre ellas. Josefina Plá había ya investigado algo sobre la cerámica popular, el tejido, la artesanía; Paulo de Carvalho Neto ya en los 50 había escrito Folklore del Paraguay; Olga Blinder y Bartomeu Melià ya estaban trabajando lo que ocurría con el dibujo indígena; se habían levantado, en registro folclórico, algunos rituales populares, y algunos antropólogos miraban de cerca las “artesanías” indígenas, describiéndolas, diferenciándolas –el caso de Susnik, quien en sus investigaciones etnográficas de las diferentes comunidades indígenas realizó un pormenorizado estudio de su “cultura material”–. Ya se había escrito bastante sobre imaginería religiosa colonial, pero siempre el punto desde el cual se miraba era otro, el arte occidental. Esa imagen del Paraguay, que el cliché de la historia reproducía, no tenía correlato en ese otro país que se encontraba excavando un poco, rasgando la costra que lo protegía, pero a la vez cubría. Historias, quizá, que la misma disciplina historiográfica no contemplaba o dejaba de lado porque no cuadraban dentro de un relato más amplio (homogeneizante a veces); que se resistían a ser historiadas y que resultaban ser nudos que rompían con el tejido de una trama, la trama del relato de la historia.
Tanto Colombino como Escobar y Salerno fueron levantando datos que daban cuenta de pequeños deslices de la historia, pequeños recodos no registrados por la historia oficial. Rituales o prácticas que la historia había relegado a otros ámbitos (folclore, etnografía, postales turísticas) o que simplemente fueron negados.
A fines de los 70, Escobar se dispuso a escribir Una interpretación de las artes visuales en el Paraguay. Su intención era abarcar los años 50, 60 y 70, además de reseñar lo que estaba ocurriendo en ese momento con las artes visuales. Ni bien comenzó el trabajo, se dio cuenta de que no existían muchas fuentes para consultar. Es así como empezó, desde el tiempo presente, a ir excavando la visualidad de ese Paraguay esquivo. El primer tomo de esta obra (publicada en 1982) todavía tiene atisbos de historiografía dura (de la cual Escobar luego descreyó), pero ya empezaban a emerger los lineamientos que acompañarían toda su escritura crítica: rechazar la linealidad como principio, instalar la necesidad de múltiples lecturas sobre un mismo hecho artístico, habilitar la fragmentación, etc. En el segundo tomo de dicha obra (1984), que abarca el periodo comprendido entre principios del s. XX hasta 1980, Escobar escribió aquello que sería una de las bases fundamentales del CAV/MdB: la posibilidad de leer la modernidad desde el desfasaje de la historia local.
Luego, con El mito del arte y el mito del pueblo (1986), Escobar consolidó un pensamiento que permite leer lo popular e indígena desde la clave de la diferencia. Así como en un momento determinado, poner el primer ladrillo para construir la sala Josefina Plá del CAV/MdB fue una intervención en el espacio por medio de una inscripción en el terreno, El mito del arte… lo fue también. Una intervención que sentó las bases de una discusión más acabada sobre esas modernidades otras y también sobre lo erudito y lo popular, no como propuesta binaria, sino como cuestión que problematiza y define relaciones. Este texto reúne, en registro escritural, la vocación del Museo y trabaja desde un lugar transdisciplinario. Se sale de la teoría del arte (aun cuando en ese momento, Escobar quizá no lo notara) para adentrarse en la teoría de lo cultural y sus implicancias políticas: las disputas por el control hegemónico del capital simbólico de un territorio devenido nación.
El mito del arte… se convirtió en el guion museológico del CAV/MdB, que, a partir de 1988, reunió primero parte de la producción urbana y campesina, para luego, en 1995, adjuntar la producción indígena de las diferentes etnias del Paraguay.
Primero por instinto y, después, de manera más programática, el CAV/MdB intentó dar cuenta del cúmulo de experiencias que conforman el perfil simbólico de otro Paraguay, tomando, desde diversas direcciones y formas, este programa que llegó a desbordar el interés puramente estético para luego asumir posturas que incidieran en instancias de intervención más políticas. Luego, también, esta pequeña micropolítica del arte, de la cual el CAV/MdB busca ser casi militante, se convirtió en muchos casos, y dependiendo del trabajo de varias de las personas relacionadas con él, en política pública o parte activa de construcción de escena.
La diferencia se volvió el común denominador de la muestra permanente del Museo. La construcción de un espacio para que la diferencia obtuviera un lugar en medio de lo que es considerado parte de la mal llamada “alta cultura” es, sin duda, una postura política y una apuesta importante en el contexto en que esto se realizó. Este espacio desmiente con rigor aquella historia oficial paraguaya y va más allá: desmiente el canon, intenta atravesar la noción de arte moderno con otra visión de arte, la cual deja abierta la posibilidad de otros atisbos y aristas y hace ingresar la contingencia a un espacio de certezas duras. Haber abierto ese claro a la diferencia, fue la apuesta de un grupo de personas para que el Paraguay se mostrara con una cara que le fue negada. La cara de la diversidad.
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