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Cultura

Antonella Fernández: La persona y lo sagrado

Antonella Fernández. "Convicciones". Cortesía

Antonella Fernández. "Convicciones". Cortesía

Tomar el plano, generar referencias visuales contundentes, hacer de la pintura y su tecnología un lugar de certezas vitales para el ser, son los desafíos a los que nos enfrenta la obra de Antonella Fernández.

Convicciones es la exhibición que realiza la artista en Galería Exaedro, un trabajo minucioso sobre las formas en las que se desarrolla el acto de observar y de encontrar estrategias para constituir el acto pictórico en un flujo conceptual. De esta forma, materia y color son los medios por los cuales la artista traza una cartografía donde se inscriben los hitos de un recorrido urbano profundo en su ciudad natal, Asunción.

Su interés radica en capturar aquello que no se ve, porque cumple desde el punto de vista estético con un valor casi inexistente para una gran parte de la población que cotidianamente sigue su derrotero individual, a sabiendas de que la resiliencia es un concepto que no siempre se reconoce en la vida diaria de las poblaciones.

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La búsqueda

Por este motivo, ha sido fundamental el trabajo de campo que la artista se propuso, sus antecedentes en estudios antropológicos con Guillermo Sequera han sido un punto de inflexión para sus composiciones.

Un salto fundamental se produce en la gestalt de su obra, no solo en las líneas y formaciones de carácter orgánico, sino en que la artista toma el acto pictórico como performático. Para ello hay temas que le son imprescindibles: la subordinación del ser en el acto de la sobrevivencia.

Recorrer los lugares de venta populares, mercados, calles, espacios comunes, entender la mercancía que recorre la ciudad como objetos que son evidencia, fósil y ruina contemporánea.

Extraer el significado citadino de los objetos que circulan en las ferias populares, casi una genealogía de lugares comunes, objetos que dan sentido en el día a día de extensas comunidades y de sus trabajadores.

La recolección y el hallazgo, el objet trouvé: trompos, hilos, perchas, bolsas con condimentos típicos, tapas y botellas, o ánforas de plástico, carpetas confeccionadas de formas precarias o industrializadas en China. A eso se le suman las conversaciones diarias con vendedores ambulantes o permanentes de las ferias y mercados. Luego, este circuito se completa al regresar a su estudio, atelier que forma parte del proyecto de residencias de la Galería Exaedro y donde creció el actual proyecto.

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El hallazgo

Las obras que conforman esta exposición son el trasiego de estos lugares comunes, la búsqueda estética como herramienta de transformación, la manipulación de la materia y sus pigmentos, el fluido de las acuarelas que configuran su traslación al lienzo, irrumpiendo con estridencias o en penumbras de claroscuros, las líneas como espacios pendientes, como las perchas que la artista toma una y otra vez para crear mapas en donde hallar respuestas.

Subalternidad del cuerpo de la artista, cuerpo político que, como depositario de una historia vital, se expone en un autorretrato que se replica en el soporte fotográfico y se expande en la pintura. Un gran marco rococó evoca al Paraguay que ostentó la modernidad, y que contiene otra pintura en donde la artista expresa la rebeldía frente a la indiferencia y la memoria que se siente limitada por mandatos y legados personales, familiares y sociales.

Siguiendo la línea de George Didi Huberman, en la idea de Eros político, como espacio de poder y de esperanza frente a la resignación, se manifiesta en el gran políptico que expone Fernández. Cada pieza convive como un nodo en medio de un rizoma en movimiento, el color estalla y se disipa sin piedad, la pulsión de la artista se presenta sin represiones, expresa la naturaleza petrificada de la historia de ese otro lado oculto o negado de la vida común y compone un nuevo centro de acción para ir hacia la naturaleza transitoria.

Antonella Fernández. Cortesía

Antonella Fernández. Cortesía

Algo que Raquel Rebentisch en su Estética de la instalación afirma como la dasein, el ser ahí. Podríamos afirmar que la artista configura estos lugares comunes para organizar nuevos estados de consciencia, que solo se dan frente a la capacidad de contemplar lo distinto. A su vez, los objetos encontrados forman parte de una instalación que como móvil pende del techo en exacto equilibrio de sus partes, una configuración de objetos cotidianos que ahora se concentran en una sala de arte para nombrarse distinto. Esta creación implica operar sobre una estética de la desobediencia de las imágenes, que nos son dadas como envases al vacío, operar en contra de lo que se establece como circulación de los cuerpos naturalizados en su legalidad ciudadana.

El grito

En su libro La persona y lo sagrado, Simone Weil plantea que en el fondo del corazón humano ante la injusticia surge un grito: “Algunos, en ciertos momentos, encuentran voluptuosidad en ese grito. Muchos ignoran que ha sido proferido”. En este caso, el grito se transforma en obra de arte.

Lo bello hace que el origen de las cosas que nos habitan se subleve, la pintura es el vehículo que nombra lo que se designa como impuesto en todos los órdenes, la pintura es el canal que en su inmensa posibilidad de ser nos advierte sobre bordes filosos, sobre las estéticas perennes de la represión, sobre esas realidades negadas que se levantan para evocar la esperanza de resistir.

La fuerza y la profundidad en la búsqueda de sentido estético y ético de Antonella Fernández, hace que cada una de las obras de Convicciones nos lleve a ese lugar desafiante que afirmaba Sophie Taeuber Arp: “Solo cuando vamos a nuestro interior e intentamos ser totalmente sinceros con nosotros mismos, seremos exitosos en hacer cosas que tengan valor”.

 

* Jacqueline Lacasa (Montevideo, 1970) es artista, gestora cultural, docente e investigadora de arte contemporáneo. Fue directora del Museo Nacional de Artes Visuales de Uruguay (2007-2009). Ha publicado La hija natural de JTG. Creó la Editorial CAC cuadernos de arte contemporáneo.

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