Cultura
El tablón de algarrobo. Sobre la biblioteca perdida de Augusto Roa Bastos
Esta semana fue noticia en los medios de prensa del Paraguay y del Río de la Plata el hallazgo de una biblioteca casi completa de Augusto Roa Bastos. Además del valor afectivo, el hecho también dispara nuevas y enriquecidas interpretaciones de la obra del escritor, producida durante su exilio argentino, y del espacio literario en el que se gestó e interactuó.
Libros de la biblioteca de Roa Bastos. Cortesía CCR Cabildo
En Estética del plagio, Nora Bouvet nos habló sobre el tablón de algarrobo, a partir de la anécdota que le relatara Amelia Nassi respecto de cómo su pareja de entonces, Augusto Roa Bastos, organizó los libros que “plagió” en Yo el Supremo. Es decir, cómo los ordenó materialmente, cómo los acomodó y los dispuso en un espacio tal que rodeara su escritura, que fuera manejable y acorde a los límites de su departamento: “Compramos un tablón de algarrobo de unos tres metros de largo por cincuenta centímetros de ancho en una carpintería y lo apoyamos sobre dos mesas de luz” (Amelia Nassi, citada por Nora Bouvet en Estética del plagio). Es así que la roabastiana no es la biblioteca de la cifra borgeana, con la que Roa mantuvo una relación de ida y vuelta (de parodia en Yo el Supremo, de admiración a sus figuras en El sonámbulo). La materialidad de una biblioteca es un problema contemporáneo: espacio, peso, transporte en hogares cada vez más reducidos y precarios; un problema que el exilio y la migración adelantaron por la itinerancia y la intemperie de su dinámica.
La biblioteca fue para Roa un problema material, en cierto modo –más o menos conscientemente– inscripto en la noción foucaultiana del archivo y su juego entre monumento y documento (cf. La arqueología del saber). Nora Bouvet enumeró ese archivo en una lista que ya se sabía incompleta, pero ahora tenemos la certeza y la medida –material, en cajas– de esa “incompletitud”. Esa certeza proviene del reciente hallazgo, anunciado por la Fundación Augusto Roa Bastos, de siete cajas con los libros que habían pertenecido a Roa durante los años de la escritura del Supremo y que fueron encontradas en la provincia de Buenos Aires. Para más detalles, el lector puede encontrar en varios medios de prensa regionales [1] el periplo de esos libros que involucra idas y vueltas entre Europa y el Río de la Plata, siguiendo el ritmo de subastas, deudas y herencias no reconocidas hasta terminar en un contenedor. Como presas del fetichismo, los libros siguen el péndulo del dinero y la basura, valor y descarte.
Se sabe que Roa dejó abruptamente el Paraguay en 1947, de ahí recayó en Buenos Aires, en una trayectoria típica de la migración paraguaya. En Buenos Aires vivió en varias casas. Primero en la localidad de Martínez, en zona norte, y luego en la Capital Federal. En medio de sus mudanzas, sus hijos, Mirta y Carlos (que también migraron a Venezuela), se vieron en la tarea de guardar y empacar libros que, tras la mudanza de Roa a Francia, quedaron prácticamente abandonados. El año era 1976.
El miércoles 20 de julio pasado se presentaron en Asunción las siete cajas con los libros que Roa había leído, subrayado y esquilmado hasta ese año aciago. En realidad, se trata de un proceso que se había objetivado dos años antes, en 1974, cuando se publica Yo el Supremo, pero también el hallazgo involucra indicios de la nouvelle que lo continúa, El sonámbulo.
En la biblioteca rescatada, está deshojado y con sobresalientes señaladores –estimo que también anotaciones– el libro cervical de la novela del 74, El Supremo Dictador de Julio César Chaves. El clásico volumen de Análisis estructural del relato de Tiempo Contemporáneo es uno de los más marcados, sobre todo –por supuesto– en el capítulo de Barthes. Mucho ya se ha dicho sobre cómo ese pase entre estructuralismo y pos fue la ingeniería de la obra; hijo de su época, Roa fue seducido y se dejó seducir por la teoría francesa de los sesenta. Ahora, esa afición teórica de Roa, evidenciada en su obra, se materializa en el volumen rescatado. Pero, además de las marcas del Supremo, también está el inicio de El sonámbulo en los Ensayos de Montaigne, de los cuales hay dos ejemplares, uno apropiado de una biblioteca ajena, probablemente un contacto de los circuitos literarios rioplatenses que Roa frecuentaba entonces y no es llamativo que sea una mujer. No está demás recordar que la nouvelle El sonámbulo es la obra inmediatamente posterior a Yo el Supremo, por lo que las continuidades y relaciones pueden enmarcarse en un mismo proceso intelectual, no así de escritura.
De todos modos, antes que cerrar el círculo, el hallazgo sigue fogoneando la “incompletitud”. Pues, por el testimonio de la familia que encontró ese tesoro en la basura, se sabe que algunos libros no llegaron a ser rescatados. Esa certeza de la pérdida vuelve definitivamente inconmensurables las fuentes del Supremo.
Además, la novela es ella misma pantagruélica y expositiva respecto de ese banquete. Pues, en ella está el universo completo roabastiano, el intelectual, el escritor, el hombre curioso de su generación, sus ajustes de cuentas con la historia (esa folletería, en sus términos) y la literatura paraguayas. También es una puesta en texto, alegremente utilitaria, de la teoría posestructuralista de los sesenta. Hasta su experiencia vital está en la novela: su conocimiento del remo, sus amigos, su condición de migrante. La novela es casi un guisado –¡un jopara!– de los discursos más estimulantes y beligerantes de los que Roa disponía en ese momento para, en primer lugar, intervenir en la escritura de la historia paraguaya y, luego, desde ese lugar tan marginado, para intervenir en la literatura latinoamericana en pleno boom de la novela. Toda una apuesta anti-minimalista.
Ahora bien, si es cierto (y lo es) que la novela es abrumadora, uno de los “efectos de lo real” que genera sobre nosotros como lectores es la inmersión en ese universo. Es decir, que podemos perdernos, compenetrarnos con la voz de Francia, que sostiene todo el relato, y así abrazarnos a la complejidad discursiva de la obra. La voz de Francia ejerce un control tal sobre el relato (incluso en el debate Yo-Él) y sobre nosotros que genera la ficción de que, en el espacio reducido de determinada cantidad de páginas, podemos aprehender todo ese mundo que sigue diseminando sentidos hasta el día de hoy. No es poco ese poder de diseminación para una novela que está por cumplir 50 años.
Nota
[1] https://www.telam.com.ar/notas/202207/599135-biblioteca-recuperada-augusto-roa-bastos.html
https://www.perfil.com/noticias/columnistas/recuperaron-libros-que-pertenecieron-a-roa-bastos.phtml?fbclid=IwAR2dulu3zQ0JxJ0W8P2Dbd0GemRjn5aQXUjYqSiZPaR3Qgu5dWwklAwxJUs
* Carla Daniela Benisz es doctora en Humanidades y Artes por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente investiga sobre la producción literaria y cultural del exilio paraguayo en Argentina durante los años sesenta. Es docente en el Profesorado de Lengua y Literatura de la Universidad Autónoma de Entre Ríos.
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