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Cultura

Josefina Plá, satélites oscuros

La figura de Josefina Plá signó el 2021, año en que referentes de distintas disciplinas culturales reflexionaron sobre su aporte como poeta, narradora, dramaturga, artista, crítica de arte y mujer de prensa. “Satélites oscuros”, un libro suyo publicado en 1966 y hoy casi olvidado, me llevó a las regiones ignotas de su memoria.

Tú cerraste los ojos
porque nadie ha mirado cara a cara el relámpago.
Josefina Plá, Satélites oscuros

Es un pequeño ejemplar vetusto, maltratado por el calor y la humedad, por el roce del polvo y de los insectos. Un colibrí perdurable, con un grabado desgastado de Olga Blinder. No son más de cincuenta páginas, pero cualquiera (¿cualquiera?) sabe que, en poesía, basta una palabra primordial para conjurar la visión del poeta. Ya en su título, Satélites oscuros, te encontré, Josefina, y me invitaste a pasar como por un umbral hacia las regiones ignotas de tu memoria. Bajo tus párpados, encuentro caminos de tierra roja y colinas escarpadas. La urgencia del viaje y unos pies que se hunden en el barro. Me ofreciste trazos de arrugas en donde mirar cómo fluye un río que se pretende mar y pozo, corriente y aljibe. De esa agua bebimos en cántaros a los que seguramente dieron forma tus manos, que tanto se parecen al viento que pellizca mis orejas de muchacho caprichoso. “Caprichoso porque no puedo”, te digo, “escribir desde ciertos lugares, a partir de ciertas encomiendas”. Como no puedo mirar un objeto y asegurar que lo sea en efecto. El arte es el vicio de imaginar. Ahora que te recortás en el zaguán, como suspendida sobre el trino de pájaros escondidos, admito que no puedo escribir sobre vos, ni sobre el musgo y las telarañas, la tierra y las miradas, los destellos enmudecidos, el calor y la siesta, los frutos y la ausencia, la niña y la vieja, la amante y la mujer amarga, la libre y la prisionera, la dormida y la desvelada. Todo eso, innominable pero real, que habita en estos poemas que ahora releo incansable, buscando un sentido que, cuanto más se oscurece, más se asemeja a esa llama imposible que también vos distinguiste en la soledad de la hora más profunda. Miraste esa flama en el fondo de un espejo deslucido y apareció el verso: Lo lejano cercano, lo cercano imposible. “Calma”, dice tu estornudo, el movimiento grave de tu mano. Me callo, sudoroso de ideas, de cosas que no entiendo. Masticamos el naco de un silencio compartido. Algo en tu presencia parece especular: ¿por qué no quedarnos sentados mirando el muro, los gatos que ahora trepan por un sendero de ladrillos, husmeando entre los recovecos su propio poema, acaso un brote impensable entre las piedras? Te pienso, Josefina, como un barco remoto que se desdibuja en un ventanal opaco. Respiro tu cansancio, que se bambolea en la silla reposera. Me dejo contagiar por el vaivén de tu cuerpo, de tu espera incomprensible. Bebo más agua del cántaro oscuro, deslizo los dedos por el papel rugoso del poemario, que ahora se quema en un foco de luz y se transforma en colibrí. Se marcha aleteando. “¿Y ahora cómo recordarás las palabras?”, parecés sonreírme, casi burlona, pero enseguida veo en tus dientes un indicio de duda, porque tampoco vos sabías cómo. “No te preocupes. Quizás, en el fondo, es el poema el que nos escribe. ¿No lo creés así, muchacho?”. “Puedo creerlo todo”, digo. “O bien nada”, pienso. Todo, nada: son las monedas que nos revela esta hora del crepúsculo. Nos hamacamos tejiendo sombras. Al fin, todo parece estar bien. Estamos quietos, pero enseguida me muevo, aventuro una idea loca. Podríamos, Josefina, borrar los telares de la noche, las líneas luminosas del cielo, pintar en su lugar otras cosas, reordenar la vastedad de lo existente, lo simple y lo complejo, lo plano y lo curvado. ¿Lo imaginás? Yo, niño maniático, vos, abuela sabionda, sombra que, de alguna manera, me conforta en el desierto de los días. “Y qué días”, exclaman tus ojos repentinamente encendidos. “Días en los que debés regar el huerto y conservar una diminuta parcela de belleza”. Solo te miro. “Por ahí ronda el poema”, decís con un dedo tembloroso. “Por ahí ronda”. No sé si puedo buscarlo. Ahora vos me mirás, Josefina. Sos agua de poema. Boca que toma la lluvia. Quiero un sorbo antes de cerrar los ojos.

  

Dos poemas

… Y ésta fue la tarea

… Y ésta fue la tarea. Y fue la empresa ésta
Crear tus propios amos tus tiranos ocultos
Con tu más delicada sustancia vaciar los duros labios
que habrán de sentenciarte
las manos implacables que apretarán tus grillos
Suscitar uno a uno los fantasmas sedientos
que tan solo tu sangre aplacará en lo oscuro
Crear tus propios cómitres alimentar el músculo y el nervio
de tus propios verdugos
hasta hacer de tus nervios el látigo de tus labios cuchillo
martillo de tus pulsos que remache las cuñas
Despertar en tus venas uno a uno
los sabuesos que habrán de vigilarte
entregar una a una las llaves que abran paso
a huéspedes sin rostro
que en largos conciliábulos al pie de tu silencio
torcerán los cordeles apretarán los nudos
Ésta fue la tarea Venderse cada día
por un platillo de lentejas
por un licor impuro
hasta que enajenado
el mundo de tus sueños hasta sus hitos últimos
empezará tu propia cacería
… Éste fue tu designio
Ésta fue tu tarea lenta pero segura

Heredero

De la sal y del musgo del ala y de la espuma
del sol decapitado que amarillea las frutas y las hojas
y arremete al guijarro a mediodía
con su ariete de fuego y de silencio
a través de mi sangre
De la auroras solitarias
y los ocasos que son como sentencias
de las nocturnas lluvias cautelosas
con su andar de ladrón sobre el mundo dormido
de todos los paisajes que no he visto
de los itinerarios olvidados
a través de mi sangre
De la advertencia insomne del mar y el vientre rubio
… y siempre estéril de la arena
del viento que en la noche confidencia su antigua paranoia
del ancla nimia de esperanza del creciente
en tardes en que la paz es una limosna inverosímil
a través de mi sangre
Del sexo que nos hierra por rebaños del tiempo
y del deseo creciendo como musgo en la sombra a
la orilla de un pozo solitario
de la mentira involuntaria
y la verdad en aborto perenne irremediable
a través de mi sangre
De la esperanza nunca ahíta
de la tristeza nunca satisfecha
del sueño siempre en deuda
del amor como traje hecho
del dolor de morir del dolor de estar vivo
del no poder morir a la medida
de un vivir suficiente
a través de mi sangre
serás el heredero

 

Cave Ogdon (Asunción, 1987) es escritor. Ha publicado cuentos y novelas. Algunas de sus obras son Los incómodos (Arandurã, 2015, mención honorífica certamen literario Roque Gaona), Papeles de encierro (Arandurã, 2017), Luz baja (Aike Biene, 2018) y Perros del pantano (Póra, 2021).

 

Nota de edición: Josefina Plá, Satélites oscuros, Ediciones Diálogo, Colección “Cuadernos del Colibrí”, Asunción, 1966, 32 páginas (portada con diseño de Olga Blinder). Los poemas han sido transcritos respetando la publicación original.

Entre los varios eventos que recordaron la vida y la obra de Josefina Plá durante el 2021 podemos citar el ciclo de conferencias titulado Vínculos culturales entre España y Paraguay desde la historia y la literatura, organizado por la Embajada del Paraguay en España con apoyo del Centro Cultural Juan de Salazar; el ciclo de charlas Josefina, desde su propia orilla, diseñado y puesto en marcha por el Centro Cultural Drácena, con apoyo del Centro Cultural Juan de Salazar y la Secretaría Nacional de Cultura; la apertura del Museo Julián de la Herrería, del Centro Cultural Juan de Salazar, y la publicación del catálogo de la colección de piezas y documentos del artista, donados por su viuda, Josefina Plá, a esa institución. Asimismo, cabe señalar que, desde la sección Cultura de El Nacional comenzamos el año publicando en entregas la biografía de Josefina Plá escrita por Daiane Pereira Rodrigues.

 

 

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