Cultura
Agustín Barúa Caffarena: Rareza humana, normalidad y salud mental
Alejandra Mastro, de la serie "El revés del panóptico", 2016-2018. Cortesía de la artista
¿Qué es un manicomio? La pregunta puede parecer pedestre; sin embargo, en su simplicidad, busca una explicación a una de las formas más violentas de “normalización” de los seres humanos. Sobre su sentido y sus manifestaciones, así como sobre las derivaciones del término en las relaciones entre las personas, se explaya aquí Agustín Barúa Caffarena, autor de Ejedesencuadrá: Del encierro hacia el vy’a. Transgresiones para una salud mental sin manicomios, quien se presenta como psiquiatra placero, antropólogo, psicoterapeuta e investigador. El diálogo que sigue aborda aspectos elementales de la compleja situación de la salud mental a partir de los temas a ser desarrollados en “Rareza humana. ¡¿Un taller para gente normal?!”, que dicta a partir de hoy junto a Emilia Ruiz, licenciada en trabajo social e impulsora de “Hacer vidas cuidando”.
— ¿Cómo se define la normalidad psíquica?
— Habitualmente la normalidad psíquica suele ser eminentemente un hecho político. Fundamentalmente, un instrumento de homogenización social, de disciplinamiento. Thomas Szasz, antipsiquiatra estadounidense, decía que para la psiquiatría la normalidad es como una hilera de repollos “quietos, iguales, callados”. Personalmente propongo este esquema para pensar la relación entre normalidad y locura. Como todo esquema, es un tanto burdo pero aporta a problematizar lo que habitualmente manejamos como polaridades maniqueas y simplistas. La normalidad sirve para cuidarnos. No cruzo Eusebio Ayala un martes al mediodía sin mirar a ambos lados. Pero la mucha normalidad es desconfianza, terror y parálisis. Es lo que señaló la psicoanalista neozelandesa Joyce McDougall con su noción de las “normopatías”, en la cual lo normópata se caracteriza básicamente por adecuarse siempre a los mandatos sociales dominantes en cada sociedad (por ejemplo, amabilidad, productividad), nunca rebelarse y nunca entrar en crisis. La cordura incluiría tres verbos sublimemente humanos: crear, cambiar, arriesgar. ¿Qué sería de lo humano sin ellos? Ahora, la pura locura sería la muerte, pues allí no nos cuidamos nada. Integrando ambas, necesitamos mezclas de cordura y locura siempre cambiantes, de cordura y locura para existir.
— Hablas de la normopatía como aquello que no admite rebelarse ni cuestionar lo establecido. La psiquiatría (manicomial) aparece como la institucionalización de una operativa destinada a acallar la disidencia. ¿Cuál es la situación de la psiquiatría como disciplina, hoy?
— El rol represivo, homogenizante, acallante de la psiquiatría dominante es masivo, visible en múltiples aspectos de nuestras prácticas: la hipermedicación, la imposibilidad de escuchar relatos sin encasillar en nuestros trillos semiológicos, los encierros (físico, químico, simbólico) como prácticas cotidianas sin pregunta alguna sobre sí, el electroshock naturalizado –que representa la demostración culmen de una época inmediatista, biologicista y sin tiempo para el otro–, la búsqueda de entronarnos en lugares directivos de los procesos, arrinconando la interdisciplina, y una interacción crítica con lo humano prácticamente nula, reduciendo todo a neuronas y neurotransmisores que flotarían en una “nada” sostenida desde una perspectiva profesional negadora y funestamente cómplice con nuestras desigualdades sociales inmensas.
— Finalmente, la psiquiatría resulta ser, mayoritariamente, legitimadora de un gran statu quo ante una sociedad que, cada vez más, aúlla por espacios de rebeldía y transformación, de igualdad y de diversidad a la vez. Lo particularmente grave de esto es que desde el rol de profesionales recibimos la fragilidad de la gente pero desperdiciamos esta chance para operar desde la dominación más que desde la liberación.
— ¿Qué es “lo raro”?
— Aquí usamos esta palabra como una disputa semántica. Su uso suele ser despectivo, descalificador sobre quien lo recibe. Lo retomamos afirmando que cada quien tiene partes raras, bizarras, confusas, contradictorias, pero ninguna de estas palabras tiene una connotación valorativa sino que describe lo complejo y lo misterioso de lo humano. Un ejemplo de este uso es que reivindicamos que cada trabajador de salud mental pueda explorar su propia rareza profesional, su singlar forma de trabajar. Si me permitís, comparto mi experiencia: cada vez que cuento que trabajo clínicamente como psiquiatra en plazas (clínica placera: acompañamientos en salud mental en bancos de plazas de Asunción) le pregunto a profesionales presentes dónde se sentirían mejor trabajando si se permitieran elegir la forma, y me han dicho “en dos hamacas” (clínica hamaquera), “en piscinas” (clínica piletera) o “remando en un bote” (clínica canoera).
— ¿Cuáles son la ventajas de la clínica placera por sobre la clínica en consultorio?
— Hay varias particularidades en la clínica placera. Una de ellas es que potencia el mundo más que centrar el abordaje en el terapeuta: a veces una niñita, otras una concentración estudiantil de secundarios o el susurro del viento en los árboles, abre mundo, da horizonte; no es “mi consultorio” sino el banco que la persona elige. Otra particularidad es que si me duele la rodilla, y no te conozco, quizás te la muestre levantándome el pantalón; pero si me quiero matar no sé si me será igual de fácil. ¿Cómo nuestros abordajes clínicos no refuerzan la idea de que lo afectivo íntimo es vergonzante? ¿Cómo no potenciamos el aislamiento de la persona a causa de la culpa y la vergüenza? Un banco de plaza es, muchas veces, un espacio de intimidad en lo público, una paradoja maravillosa e inspiradora. Y una última particularidad: la clínica placer vuelve a dotar de sentido, de habitabilidad, al espacio público, lo relegitima como lugar para construir lo común, vencer el miedo al otro –ya no leerlo desde el miedo o el consumo–. Además, es una invitación a lo que el actual ministro de Cultura usaba como definición de salud (y quedó como una de mis favoritas): “Salud es armonía con la incertidumbre”.
— ¿A qué alude “lo monstruoso humano”?
— El quinto álbum de la cantante Kimberly Michelle Pate se titula All Monsters Are Human (todos los monstruos son humanos). El uso, tanto como provocación como de validación, de la noción de monstruosidad tensiona la pretendida frontera que los hospicios quieren defender: cuerdos para fuera, locos para adentro. Comencé a usar esta noción tras la siguiente situación que se dio cuando era docente de Psicología Médica (Medicina, UNA). En una práctica planteé una situación hipotética: “Supongamos que ya se recibieron y están haciendo consulta externa. ¿Qué conducta humana que fuera motivo de consulta ustedes rechazarían porque no la toleran?”. Dijeron “asesinos… violadores… travestis…”. Del debate que tuvimos surgió la idea de que solo podemos acompañar con sensibilidad lo monstruizado de los otros si fuimos (y posteriormente elaboramos) nosotros mismos monstruizados. Si nuestra historia de vida es demasiada normal es probable que, como terapeutas, no tengamos la suficiente empatía para cuidar al otro; esto es particularmente válido en sociedades como la nuestra, donde el sufrimiento psíquico está habitualmente muy estigmatizado.
— Esta pregunta sobre lo monstruoso humano surge de la propuesta temática del taller. La respuesta es enunciada desde el lado de quienes hacen terapia. Pero, ¿cómo se enfrentan las personas comunes a “lo monstruoso” (cuya definición desde la psiquiatría sería bueno conocer), tanto en ellas mismas como en los demás? Por otra parte, la historia del arte ha recogido numerosos casos de encuentro con “lo monstruoso”, que hasta cierto punto –a los fines creativos– llega a seducir. ¿Cómo ves el proceso del arte en este aspecto? ¿Cuáles son sus aportes, vistos desde la psiquiatría?
— Yo hago terapia desde hace 18 años. No pretendía trazar fronteras. Te cuento un sucedido: una vez discutía en una reunión clínica de especialistas de la cátedra de Psiquiatría (Medicina, UNA) si los médicos en formación para la disciplina debían o no hacer psicoterapia. ¿Cuál crees que fue la respuesta mayoritaria? No. Ya derrotado, dije “¿y entonces cómo vamos a tratar de diferenciar la mierda de nuestras cabezas de la de la cabeza de los otros si no nos conocemos?”. Lo artístico me parece un campo de debate enorme; en general, lo pienso compuesto por lo sensible, lo singular, lo (d)enunciativo. Hoy no dudo que a un mundo como el médico, en el que masivamente se piensa que lo sensible es algo hasta vergonzante (donde es usual el gesto de burla y desprecio mediante frases como “qué sensible que sos”) nos urge re-componerlo, atravesándolo con el arte, esta arista donde se preserva mucho de lo más hermosamente frágil humano, el lugar donde cada quien tiene algo que relatar y que callar.
— ¿Qué es el manicomio? ¿Cómo se lo define?
— Alfredo Moffatt decía que los manicomios son “máquinas para enloquecer a la gente”. El manicomio es la respuesta aterrada a la diferencia humana: cuando tenemos miedo no pensamos y cuando no pensamos encerramos. Solo así es comprensible que entendamos como “terapéutico” secuestrar, llevar a un lugar oscuro, encerrar, desarraigar, aislar e hipermedicar a una persona en crisis. Los manicomios no son solo de ladrillos. También los hay químicos, como ocurre cuando se hipermedica a alguien desestimando que los seres humanos somos historia, cultura, vínculos, economía, espiritualidad (la lista es interminable) y no solo bioquímica. O simbólicos, como el reducir a la persona a las etiquetas diagnósticas que desde la psiquiatría habituamos pegar a los cuerpos.
— Cuando preguntamos en los talleres a los participantes qué es lo primero que asocian cuando oyen la palabra “manicomio”, las respuestas suelen ser: locura, encierro, soledad, muros. Entonces proponemos trabajar, más que el sustantivo “manicomio”, el adjetivo “manicomial”. O sea, ¿qué vuelve manicomial una relación entre personas? Y decimos que eso ocurre cuando hay, por un lado, un grupo que “sabe” qué son los sufrimientos psíquicos y qué hay que hacer con ellos y, por otro, un grupo que “no sabe”, las personas llamadas “locas… esquizofrénicas… tarova…”. El psiquiatra italiano Franco Basaglia precisa que lo que vuelve manicomial una separación es que esta sea tajante, o sea, irreversible, indiscutible.
— ¿Podrías ampliar esta idea de lo manicomial?
— Desglosamos lo manicomial en seis lógicas. La primera es la de la estigmatización: lo que no entendemos nos asusta. Habitualmente tres órdenes del discurso la organizan: el discurso jurídico habla de delito, la religión de pecado y la medicina psiquiátrica de enfermedad (o trastorno). El sociólogo Erving Goffman decía que un estigma es una marca que convierte a la persona que lo porta en alguien manchado, deshonrado. Un ejemplo: si en una fiesta nos acercamos a alguien que nos atrae y en esa situación nos dice “estuve dos veces internada en el Neuro”, lo más probable es que nos alejemos presurosamente. La segunda lógica es la del encierro: en nuestra sociedad lo que habitualmente hacemos con lo que no comprendemos y nos asusta es encerrarlo. Cárceles, correccionales o manicomios son depósitos humanos de la diferencia que nos resulta amenazante. La tercera lógica es la de la institucionalización: a las 7, levantarse; a las 8, desayuno; a las 9, taller; a las12, almuerzo, a las 13, siesta, a las 15, deporte; a las 16, baño, a las 18, cena; a las 19, dormir. ¿Qué queda por fuera de una vida organizada así? La libertad, el deseo, la espontaneidad y muchas de las cosas que nos hacen humanos. La cuarta lógica es la de la discriminación. No es lo mismo ser loco que loco y pobre, decía Basaglia. O, como dicen las compañeras, no es lo mismo ser loco que loca. La quinta lógica es la del biologicismo; es decir, reducir lo humano a su dimensión biológica, que es importante pero que claramente no es la única. La sexta lógica es la de la mercantilización. El peso de la industria farmacéutica en las decisiones dentro del mundo psiquiátrico es tremendo.
— ¿Cuáles son los alcances de la propuesta “desmanicomializar la vida” y “desmantelar lo normal”?
— Hace unos años, en un taller sobre salud mental comunitaria con educadores populares de Caaguazú, se quejaron de la palabra desmanicomialización (término creado en la provincia de Río Negro, Argentina) por “larga y argel”. A la consulta de cómo podíamos decir eso en paraguayo, Elías Martínez propuso Ejedesencuadrá, desencuadrarse, escapar de los mandatos sociales. Solemos usar ocho antitips para una salud mental post manicomial o desencuadrada: 1) Reconocer nuestros propios impensables. Lo impensable es lo que solo podemos pensar de una manera. 2) Conocer nuestro propio lado monstruoso: reconocer y haber trabajado cuando fuimos tratadas, no como personas sino como “monstruos”. 3) Amar es poder reconocer la diferencia del otro. 4) Las personas con sufrimientos psíquicos siguen teniendo derechos. 5) La libertad es terapéutica. 6) Que cada profesional de salud mental pueda encontrar su forma particular de trabajar. 7) No se cambia si no se corren riesgos. 8) Salud mental es vivir en comunidad.
Nota de edición: Agustín Barúa Caffarena es autor de Ejedesencuadrá: Del encierro hacia el vy’a. Transgresiones para una salud mental sin manicomios, Colección Psi Crítica. Volumen 1. Asunción: Arandurá, 2020.
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