Cultura
Diálogo imaginario entre el Mariscal López y su madre
Hoy entregamos un nuevo capítulo de “Noticias de la #GuerraDel70”, novela de Alcibiades González Delvalle, publicada recientemente por Editorial Rosalba.
Camila Cadogan. Invasión de Asunción, 2020. Mención de honor, Premio Saturio Ríos. Cortesía
Llega hasta los periodistas la información de que doña Pabla Juana Carrillo, madre del mariscal, procura conversar con su hijo. Luego de varios intentos, lo consigue. La ven entrar con decisión y perderse de la vista de todos. Como siempre, desde que murió el marido, se viste de luto cerrado. Se le nota el peso de la edad, pero la lleva sin mayores contratiempos, por lo menos al caminar. Saber de qué hablan sería para los corresponsales una medalla de oro. Pero es tarea difícil. No podrían averiguarlo ni siquiera con el coronel Silvestre Aveiro, secretario de López, porque lo ven salir con lo que el diálogo entre madre e hijo será sin testigo. El único hecho probado es que la conversación tiene lugar. El cronista, para suplir el vacío, entra en Google y va a una obra de teatro, «San Fernando», que registra imaginariamente la conversación:
—¿Qué has hecho con tus hermanos, Pancho? ¿Te has vuelto loco? ¿Todavía no te basta el asesinato de Benigno? ¿Es que piensas matarnos a todos? ¿Qué más piensas hacer con los tres hijos que me sobran? ¡Ya han sido torturados y están detenidos! Y hasta dicen que… ¡No! ¡No! No puede ser.
—¿Qué dicen, señora?
—Que serán fusilados.
—¿Y por qué serán fusilados?
—Porque cayeron víctimas de tu alma despiadada.
—¿Y qué más?
—Pido que se me fusile con mis hijos.
—Se la tendrá en cuenta si en el proceso resulta usted culpable.
—¿Culpable de qué?
—De algo mucho más horrendo que ordenar, forzado por los hechos, el fusilamiento del propio hermano. ¿Y qué es lo más horrendo que se puede cometer? Traicionar, señora; traicionar a la patria, a una patria que vive aún mediante el valor, el sacrificio prodigioso de sus buenos hijos… ¡Traicionar! ¿Es posible una conducta así con un país cuya geografía procuran borrar? ¿Se puede traicionar al Paraguay, señora? ¿Se puede tener el coraje de venderlo?
—¿Se puede tener el coraje de amenazar a la propia madre con fusilarla? Deja en libertad a tu hermano y a tus hermanas… abandonaremos el país.
—Adivino a qué país se irán. Mi madre y mis hermanos serán muy bien recibidos por sus amigos brasileños. ¿Cuánto dinero reciben por esa amistad?
—No queremos dinero, solo deseamos que esta guerra se acabe. Ninguna esperanza de victoria existe ya. ¿Con qué ejército cuentas? ¿De qué armas dispones? ¿Qué alimento existe ya? Todo el país es un vasto cementerio. ¿Qué esperas para detener esta guerra inútil? ¿Quiénes más deben morir?
—Yo, señora.
—¿Y qué esperas?
—Tendré una muerte distinta de la que ustedes me desean. No será una torta envenenada, deliciosamente preparada por mi madre, la que habrá de matarme.
—¿Qué cuento es ese?
—El mismo que mi familia viene repitiendo conmigo desde hace tiempo: la intención de eliminarme. Pienso que la naturaleza cometió un error. No debieron haber nacido aquí, sino en la tierra de Mitre o en la de Pedro II.
—Y tú no debieras haber nacido en ninguna parte. ¿Se ha visto a un jefe de Estado condenar a muerte a sus hermanos?
—Hay antecedentes, como también los hay de madres que intentaron envenenar a sus hijos. ¡Nada nuevo bajo el sol! De esta guerra, mi familia no lamenta la injusticia ni la crueldad con que es mantenida por nuestros enemigos. Lamenta, sí, aquellas pequeñeces perdidas: la comodidad hogareña, la vanidad en los salones; el poder y el prestigio del apellido laboriosamente conseguidos por mi padre y a quien yo, a despecho de mi madre y mis hermanos, procuro no deshonrar.
— Lo estás haciendo al llenar de violencia y muerte esta tierra que tu padre coronó de paz y de trabajo.
—¡Y hubo tanta paz y tanto trabajo que hemos alentado la envidia y el temor de nuestros vecinos! Y aquí está la consecuencia: una guerra en procura de someternos, envilecernos, saquearnos, acabar con nosotros como nación próspera y libre. Quieren ser dueños de nuestros ríos, de nuestras tierras, de todo cuanto tenemos. Es la rapiña más feroz y despiadada que conoce América. Y ustedes, mi propia familia, intentan entregarme a esos aventureros. ¿A cambio de qué? Por nada, por menos de un plato de lentejas. Quiero honrar a mi patria avasallada, y mi madre me prepara una torta envenenada. ¿Qué hijo ha recibido de su madre tal regalo?
—¡Estamos cansados de esta guerra!
—También la paz cansa; es más, envilece cuando la sostiene el miedo, el sometimiento, la deshonra. Desilusiónese, señora. Esta guerra concluirá cuando no quede un solo combatiente con vida, incluso yo. Mientras tanto seguiré castigando a los traidores. Hemos concluido, señora. Puede retirarse.
—¿Me harás torturar? ¿Me harás fusilar?
—Señora, le ruego se retire.
—¿Eres tú mi hijo Pancho?
—No señora, soy el jefe supremo de la nación.
Los periodistas ven que la madre del mariscal sale con la cabeza envuelta en su manto negro. Los periodistas no pueden apreciar su rostro para deducir el resultado de la entrevista. Aveiro la sigue pegado a ella y se pierden en el rancho que sirve de morada a la anciana. Después de varios minutos ven que Aveiro abandona el sitio dirigiéndose hacia el despacho del mariscal. Hay personas que vieron a Aveiro azotar a la viuda de don Carlos Antonio López.
* Alcibiades González Delvalle (1936) es periodista, dramaturgo y narrador. Es miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua española y de la Academia de la Lengua Guaraní. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 2013.
Datos de edición: Alcibiades González Delvalle, Noticias de la #GuerraDel70, Asunción: Rosalba, 2021, 256 páginas.
Imagen de apertura: Camila Cadogan, Invasión de Asunción, selección Premio Saturio Ríos 2020. Colección del Museo Nacional de Bellas Artes.
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