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Cultura

Noticias de la #GuerraDel70: Postrera acusación de Palacios a Fidel Maíz

Acaba de aparecer la nueva novela de Alcibiades González Delvalle. Publicada por Editorial Rosalba, “Noticias de la #Guerradel70” reúne historias de época narradas en un estilo ágil que apela a recursos propios de la comunicación digital. Compartimos aquí uno de sus relatos.

Padre Fidel Maíz. Biblioteca Nacional

Padre Fidel Maíz. Biblioteca Nacional

El cronista recibió, en sobre a su nombre, un celular con esta esquela: “Señor periodista, soy el obispo Palacios. En el teléfono encontrará el audio de la grabación de mi entrevista con el padre Fidel Maíz luego de que firmara mi sentencia de muerte, el pasado 1 de diciembre de 1868, en Pikysyry. Mi ruego encarecido es que difunda usted nuestra conversación. En cualquier momento me van a fusilar y ya no me importa la reacción que pudiera tener el mariscal cuando lea mis pensamientos en los periódicos y las redes sociales. La difusión será mi pequeña venganza, con un poco de alivio, por los muchos padecimientos recibidos inmerecidamente. Muchas gracias”.

Al terminar de escuchar la grabación, el periodista vive plenamente la contradicción profesional: contento por haberle llegado un rico material, pero apenado por la desgracia del remitente. Sabe que la difusión enfurecerá al mariscal, pero el obispo asume que no le sucederá nada peor que el cercano fusilamiento. Para cubrirse de una segura represalia, el cronista se hace de un perfil falso. Llegará el momento de salir con vida de esta guerra, de contar su experiencia en este y otros casos.

He aquí la transcripción:

—Si me permite, padre Maíz, quisiera decirle algunas palabras.

—Todo lo que diga, señor obispo…

—Ya sé que será en vano. Usted ya me ha sentenciado a una segura muerte.

—Yo no, la ley. El señor mariscal me ha encomendado hacerla cumplir.

—Eso es lo que quisiera, padre Maíz, que me explique. ¿Hace usted cumplir la ley o los deseos del mariscal?

—Para mí, y para cualquier patriota, los deseos del mariscal son la ley. Es lo que usted no entendió y por eso…

—Me van a matar. Usted tampoco entendió entonces. ¿No era usted el más influyente opositor a López? ¿No dijo usted que la Constitución está por encima de las personas? ¿Y ahora?

—Fue un momento de extravío —responde el Padre Maíz— por el que pagué cuatro duros años de calabozo, gracias a usted. Pero me arrepentí y eso me permitió valorar la dimensión humana del mariscal al haberme perdonado.

—Le perdonó porque se triunfó en Curupayty y estaba de buen humor.

—Supe que usted le había sugerido que me pusiese en el camino de las balas por si algunas me llegaren a alcanzar. Y ya ve usted…

—¡Fue una lástima! Cuántas vidas se hubieran salvado si usted perdía la suya. Cuántas lágrimas no se habrían vertido sin la locura de inventar conspiraciones…

—Eso, locura. Hay que ser bien loco, como usted, para pensar en una revolución en el interior de una guerra; para vender la patria a potencias extranjeras; para manchar el honor de una nación por mezquinas ambiciones. ¿Usted creía que Benigno López sería mejor gobernante que su hermano, el mariscal?

—¿En qué es bueno el mariscal? ¿En despoblar al Paraguay haciendo matar a sus habitantes? ¿Qué futuro le queda al país con la eliminación sin pausas de niños y adolescentes?

—Esos niños y adolescentes nos enseñan el verdadero patriotismo, señor obispo. Son el ejemplo que honra al Paraguay mientras sus asesinos, los llamados triple alianza, reciben colaboraciones y alabanzas de traidores como usted.

—El único gran traidor que yo conozco es el mariscal Francisco Solano López. Usted, y los demás como usted, son traidores menores, hasta insignificantes, pero que en la sumatoria tienen peso. ¿Qué mayor traición a la patria que hundirla, tal vez para siempre, en la miseria? ¿No es traición despreciar las ocasiones para acabar con la guerra en nombre de un supuesto honor patrio? No es honor patrio, es soberbia embrutecida. Es la que usted aprendió; de la humildad sacerdotal pasó a la arrogancia desmedida, además rastrera. ¿No es una arrogancia diabólica creerse dueño de vidas ajenas y disponer de ellas solo para congraciarse con un tirano?

—Debería hacerlo azotar hasta quedarse en los huesos, pero no lo voy a hacer por piedad cristiana; está usted a punto de rendir cuenta de sus actos a los pies de Nuestro Señor.

—Tengo que decirle, padre Maíz, que su cinismo no tiene límites. ¿Invoca usted a Dios? Aquí tengo la sentencia firmada por usted y el otro sacerdote indigno, Justo Román. Dice usted: “El mariscal López es el padre y la vida de la patria, es el legítimo y supremo jefe de la nación, es el Cristo del Pueblo Paraguayo. Y pues el obispo Palacios ha levantado en su corazón el tenebroso calvario de la más odiosa traición para sacrificarle. Reus est mortis, clamaba en sus adentros con la misma satánica algazara que los infames regicidas de Judea contra el Ungido de su gente”. ¿Se puede ser, padre Maíz, más rastrero, más miserable, más apóstata para alabar a un dictador? ¿De dónde saca usted, que no sea del pozo de su infinita abyección, que López es el Cristo del Pueblo Paraguayo? ¿Entonces hay para usted otro Cristo? ¿Y dónde deja usted al Cristo de bondad, al Cristo de misericordia, al Cristo del perdón? El pueblo paraguayo, padre Maíz, no necesita del Cristo que usted le desea.

—Usted invoca al Cristo del perdón con la esperanza de que aquí, en la tierra, se le perdone su traición a la patria.

—Le voy a leer otro párrafo de su malvado argumento para llevarme al pelotón de fusilamiento. Dice usted: “Los fiscales que abajo firmamos, creemos de nuestro deber llegado el momento imprescindible de elevar oficialmente al superior conocimiento de vuestra excelencia la presente jurídica relación de las gravísimas criminalidades del obispo diocesano de la República, Manuel Antonio Palacios, para lo que vuestra excelencia tenga por conveniente proveer”. ¿Jurídica relación? ¿Gravísimas criminalidades? Yo no he sido juzgado, sino condenado. No he tenido quién me defienda ni se me permitió que me defendiera. ¿A pobres infelices se les arrancó bajo bárbaras torturas mi supuesta culpabilidad por “gravísimas criminalidades”? ¿Cuáles? Traición a la patria y a su Gobierno. Y como no ha podido demostrarlo con hechos concretos, llenó usted su libelo de interminables alabanzas a López y de diatribas a su obispo, que soy yo.

—Era usted mi obispo hasta que se puso a conspirar.

—Usted nunca me aceptó como superior suyo, porque el superior es usted, el intelectual, el académico, el que acude al latín para darse de sabio. ¿Y todo para qué? Para hacerle fusilar a un cura rural, ingenuo, de buena fe, inocente en los manejos políticos, las intrigas, la obsecuencia. En una palabra, para complacer la vanidad bárbara de un bárbaro.

—Ya le escuché bastante, y lo que ahora voy a hacer…

Aquí se cortó la grabación.

 

* Alcibiades González Delvalle (1936) es periodista, dramaturgo y narrador. Es miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua española y de la Academia de la Lengua Guaraní. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 2013.

Datos de edición: Alcibiades González Delvalle, Noticias de la #GuerraDel70, Asunción: Rosalba, 2021, 256 páginas.

2 Comments

2 Comentarios

  1. roberto tamer

    21 de junio de 2021 at 10:05

    Como una revancha del destino, el diario La Nación de Buenos Aires está en manos paraguayas. El matutino y todo el complejo televisivo es propiedad de la familia Saguier y la hermana del expresidente Cartes. Fue fundado por Bartolomé Mitre.

  2. José Luis Martínez

    24 de junio de 2021 at 17:07

    Para ser una novela, es de un rigor cientifico intachable. El diálogo novelado trasmite realmente lo que pasó. No hay una sola palabra fuera de lugar ni hecho que pueda ser discutido. Alcibiades capo!.

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