Cultura
Ñandutí: Historia de una aculturación
El ñandutí ha sido objeto de atención durante la semana a causa de la pasarela en Luque que supuestamente recrea sus motivos. Es oportuno, pues, recordar el trabajo del investigador Gustavo González, autor del primer estudio sistemático dedicado al tradicional encaje paraguayo. Aquí compartimos un apartado de su libro “Ñandutí”, aparecido en 1966 como separata del Suplemento Antropológico de la Revista del Ateneo Paraguayo, que tuvo una segunda edición en 1967 al cuidado del antropólogo Miguel Chasi-Sardi. Otras vendrían después.
Colección CAV/Museo del Barro © Juan Carlos Meza
Ñandutí, palabra guaraní que significa “blanco de araña”, es el nombre que se dio en el Paraguay a un encaje de agujas tejido por las mujeres del pueblo. No fue mucho lo que pude averiguar respecto a su origen. En libros y publicaciones periódicas que se ocupan del proceso de nuestra cultura no hallé referencias sustanciales. Cabe suponer, empero, su origen colonial. Ciertamente, no ha sido un legado de la cultura guaraní-tupí precolombina, pues la fina labor de agujas fue introducida por los españoles en el Paraguay y los portugueses en el Brasil. Los más antiguos cronistas e historiadores –Ulrico Schmidl, Hans Staden, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, D. Martínez de Irala, Jean de Léry, Thévet, Abeville, Soares de Sousa, Lozano, Guevara, Del Techo, Félix de Azara, Francisco Aguirre, Ruiz de Montoya, Sánchez Labrador, Peramás– recuerdan solamente mallas, redes y tejidos toscos de karaguatá, yvira’í, ysypó y amandyiú (algodón).
Los grabados que ilustran las obras de Schmidl, Staden, Thévet, Léry, Débry… exhiben el nudismo completo de las mujeres guaraní-tupí. Schmidl dice explícitamente que los carios guaraní de ambos sexos “andan completamente desnudos tal como Dios los echó al mundo” y que sus mujeres llevan typoi, una camisa grande de algodón que no tiene mangas. Son, dice, “mujeres hermosas y no hacen más que coser para la casa y quedarse allí”.
En los grabados de Staden, Thévet, Débry se ve la red porte-enfant en que la mujer desnuda carga al hijo en la espalda. Y contrastando con esta ausencia absoluta de vestidos y adornos femeninos, el rico atuendo plumario de los hombres en las fiestas del kau’y, en las celebraciones de triunfos bélicos, en las ceremonias de antropofagia ritual y otras escenas guerreras y domésticas. La hamaca, kyháva o iní, y las mallas de fibras retorcidas de karaguatá, las diademas de plumas abigarradas, akangará o jeguaká; las rosetas de pluma de avestruz que los guerreros llevan al dorso, ñanduapé; las ajorcas y pulseras, poapy ky’iá; los suntuosos mantos de plumas policromas de tucanos, loros y garzas, que a modo de casulla sacerdotal católica vestían los pa’í avaré y pajé en las ceremonias mágico-religiosas, es todo cuanto fue inventariado y gráficamente representado por los cronistas de la primera centuria colonial. Los guaraní primitivos del Paraguay actual, Mbyá jeguaká, Avá Chiripá y Yvypyté, tampoco conocen el encaje ñandutí.
Los tejidos ordinarios de algodón se llamaban en la época misionera amandy-iú aó, ropa de algodón, palabra que recoge el Diccionario Guaraní de Montoya (1639-40). Parece que los primeros lienzos fueron fabricados por los españoles y sus mujeres indígenas poco tiempo después del arribo del León Pancaldo al Río de la Plata (1538), entre cuyas mercancías venían gran cantidad de agujas de coser, agujetas de filadizo, agujas de cabeza y agujetas de medio armar.
[…] Sergio Reinares, en su libro Santa Fe de la Vera Cruz (Buenos Aires, 1946) dice que fue una tendencia sobresaliente la labor femenina de tejidos, hilados y bordados que en la época colonial adquirieron celebridad, principalmente en Asunción y Santa Fe. Eran primorosos los tejidos y bordados a mano en los hogares de toda la región, según este autor. No es probable que este auge del tejido se produjera durante la primera centuria de la colonización. Reinares no aclara este punto.
El inventario de tiendas y almacenes ordenado por el Cabildo de Asunción en 1597, para imponer precios moderados a los géneros, no menciona encajes importados ni encajes de la tierra, de donde se colige que aún no se conocía el ñandutí en el Paraguay.
El Padre Antonio Ruiz de Montoya, cuando compuso su celebrado Diccionario de la Lengua Guaraní (1639-40), no conocía otro significado de la palabra “ñandutí” que el de cierta especie de araña, “el alguacil de las moscas”, y la tela que elabora. Es evidente que si ya hubieran tejido ñandutí, Montoya lo habría consignado en el artículo correspondiente, donde leemos “ñandú: araña; ñandupé: araña chata; ñandúkyháva: tela de araña, hamaca, lecho de araña; ñandu-yvy-kuára: tierra de cultivo abandonada pues sus hoyos están cubiertos de tela de araña; ñandutí: alguacil de las moscas” [1].
Peramás, en su descripción de las Misiones Jesuíticas, ignora el ñandutí. Es imposible que lo omitiera si ya se lo tejía en las misiones, desde 1755 hasta 1767, durante su misión en el Paraguay. Dedica varios párrafos a la industria del hilado y del tejido en las Misiones Jesuíticas, sin ninguna referencia a encajes y labores ornamentales [2].
Sánchez Labrador, autor del caudaloso libro Paraguay católico (1770), habla de cierto encaje copiado por una india guaikurú, sin mencionar su especie ni su nombre: “dos señoras hermanas del párroco labraban una hermosa alba para el ilustrísimo obispo de aquella diócesis. La obra era primorosa en ‘cribos’, ‘soles’ y ‘randas’. Dije a una de las guaikurú que cuándo haría otra para nuestra iglesia de Belén. No es cosa dificultosa, me respondió. ¿Y te atreves a hacer lo que labran estas señoras? Éstas, para la prueba, le alargaron la aguja; cogió una la india y siguió el dibujo tan ligeramente y con tanto acierto que protestó la misma española, que no tenía que enmendar nada en lo hecho por la guaikurú. Ésta, vuelta a mí, dijo, ya ves cómo puedo hacer obras como ésta. Lleva a nuestra Reducción lo necesario, que yo haré una ropa para que sirva en la Santa Misa'” [3].
Del relato de Sánchez Labrador se infiere que los aborígenes de la Provincia del Paraguay no tejían encajes antes de aprenderlos de las españolas, que las pequeñas ciudades y pueblos dispersos en la vastedad de aquellos dominios eran ya centros de esta manufactura doméstica española, y que los encajes como el ñandutí aún no se conocían en las Misiones Jesuíticas propiamente dichas. Diremos de paso, para ubicar la escena del relato, que Belén –donde el Padre Sánchez Labrador catequizaba a mbaIa, guaikurú y guaraníes, al norte del Río Ypané– estaba en la diócesis de Asunción. Aquellos indios del Chaco Boreal concurrían hasta muy avanzada la era independiente a los mercados de Asunción, donde trocaban plumeros de avestruz, mallas y redes de karaguatá, arcos y flechas, por anzuelos, géneros y otros abalorios europeos. Es interesante consignar que Sánchez Labrador habla de “soles” y “cribos”, y que las señoras españolas tejían para el alba del Señor Obispo, indicio de que en la segunda mitad del siglo XVIII comenzaba la aculturación de los encajes con “cribos” y “soles”.
[…] Parece, pues, evidente, que antes no se tejía ñandutí en el Paraguay. Es posible que luego, al nuclearse la población colonial en torno a los pequeños centros urbanos de Asunción, Villarrica, Kaasapá, Itauguá… libre ya de afanes y aprestos bélicos, la nueva clase de funcionarios, militares, comerciantes y ganaderos que emergía de la homogeneidad social y económica de las primeras centurias, comenzara a sentir la necesidad burguesa de cierto boato en el vestido y en el mobiliario de sus casonas de adobe y tejas.
En un inventario de mercancías de Asunción, hecho a ruego de Don Félix de Azara en 1784, que ya demuestra cierto anhelo de lujo en el mercado, no se incluyen aún ñandutíes ni otros encajes de fabricación local. Los hermosos grabados que ilustran libros de viajeros, escritos en el tránsito de los siglos XVIII y XIX, demuestran esta estratificación de clases sociales y sus prendas de vestir. Las damas de la sociedad española y criolla no diferían por su atuendo de las de Buenos Aires. Hay un grabado que representa a un estanciero hispano-paraguayo de recia estampa, con sombrero karanda’y moldeado a la manera española de la época, chiripá, calzoncillo cribado con encajes y randas que se derraman sobre las botas; poncho cebrado de “cien listas” o “poncho para’í” que así se llama ahora, y en la mano un rebenque de mango plateado. Los encajes de su calzoncillo cribado no son de ñandutí, pero sin duda la camisa de pechera bordada era de aó po’í, que es una tela de algodón finamente hilada y bordada. Hay otro grabado de la misma colección que representa a una criolla paraguaya de tipo español, una raída potí, diríamos ahora, que luce typoi de escote bordado y amplia pollera con ruedos de encaje. Tampoco se ve el ñandutí en este vestido.
La primera noticia histórica clara y precisa se lee en una de las cartas de J. y P. Robertson escritas en Asunción y publicadas en Londres bajo el título Letters on Paraguay (1838). Cuenta uno de los autores que Doña Juana de Esquivel, rica anciana que lo hospedó en su casa de campo de Tapu’a-mí, en el linde de Campo Grande, no lejos de Asunción, le había regalado un encaje llamado ñandutí, tejido por las mujeres del pueblo y famoso por su belleza y alto precio [4].
En la Descripción histórica y geográfica de la Antigua Provincia del Paraguay, que el prócer de la independencia Mariano Antonio Molas compuso en la cárcel francista en 1839 [5], y en La République du Paraguay, de Alfred Du Graty, editado en tiempos de Carlos Antonio López, no hay referencias al tema, a pesar de la minuciosa descripción de la estructura económica y cultural del Paraguay que hacen ambos autores [6]
[…] Jaime Molins, periodista argentino que cultivaba el grand reportage, supo reflejar con gracia y simpatía muchas modalidades paraguayas, y en Paraguay. Crónicas Americanas, publicado en 1915 [7], imagina que el ñandutí nació en la mente de la mujer paraguaya como evocación de la “tela de un arácnido de las selvas, que ella fijó en las líneas geométricas de esta preciosa lencería”.
“La epeira socialis –dice– es una araña que labra su hogar en los troncos viejos de la selva. En seda amarilla, extendida sobre una ligera concavidad de la corteza, tira sus radios con una geometría impecable y en el centro mismo cubre con una tupida filigrana la alcoba pudorosa en que ha de eclosionar la prole futura […] La mujer del país recogió el modelo y, como si esto no fuera suficiente para perpetuar un arte manual que envidiarían las manufacturas de Brujas y Malinas, combinó con una flor silvestre, la del guayabo, el motivo de aquel arte nuevo… que la sencillez popular designó en su lengua nativa ‘tejido de araña’”. La interpretación del nombre es exacta, aunque los orígenes del ñandutí quedan en la sombra.
Indicio sugestivo de que este encaje es una aculturación introducida por las españolas de la época colonial, es el Punto de Tenerife de las Islas Canarias, en que ciertamente los motivos decorativos son distintos. Recordemos que en el “alba” tejida para el señor obispo por las españolas a quienes se refirió el Padre Sánchez Labrador, había “soles” y “cribos”, como los hay en el Punto de Tenerife y en nuestro ñandutí.
Según Hoyos Sáinz y Hoyos Sancho, en su Manual del folklore (1947), “de encaje de agujas son también los ‘soles’ cultivados en España durante los siglos XVI y XVII, con foco peninsular en los ‘soles salmantinos’ […] los encontramos en las camisas caladas de Huelva, formando la tireta con los soles de a real […] irradian hasta el edénico archipiélago canario en el ‘encaje de Tenerife’ y llegan a Sud América en los encajes brasileños, bolivianos y del Paraguay” [8]. Mas en Bolivia no se cultiva el ñandutí, y tanto en Brasil como en la Argentina es una infiltración paraguaya, como se verá después.
Berta Schweter, en Renda de Tenerife o Nhandutí (1946), dice que éste se llamaba también “encaje de sol”, nombre que justifica su diseño formado por “rayos”. Por más “variadas que sean las formas aisladas, redondas, ovaladas, estrelladas o triangulares, ellas muestran siempre una corona de rayos salidas del centro” [9] […] Alfredo Taullard (1949) repite las informaciones de Hoyos: que un tejido hecho en España allá por los siglos XVI y XVII, llamado “soles”, era muy parecido al ñandutí [10].
Notas
[1] Montoya, Antonio Ruiz de. Arte, vocabulario y tesoro de la lengua guaraní o tupí. Edición y prólogo del Vizconde de Porto Seguro (F. A. de Vernhagen). Viena-París, 1876. Es una reedición en un cuerpo, del Tesoro (1639) y del Arte y Vocabulario (1640).
[2] Peramás, J. M., S. I. La República de Platón y los guaraníes (1791). Reedición Emecé. Prólogo del P. Guillermo Furlong, S. J., Buenos Aires, 1946, pp. 95 y 145.
[3] Sánchez Labrador, José. El Paraguay católico, T. I., Cap. CCCXXIII. Ediciones de la Universidad de La Plata, Imp. Coni Hnos., Buenos Aires, 1910, p. 299.
[4] Robertson, J. P. y G. P. Letters on Paraguay, Londres, 1838. Traducidas por Carlos Aldao bajo el título “La Argentina en la época de la Revolución”. Biblioteca de la Cultura Argentina, Buenos Aires, 1920, p. 115.
[5] Molas, Mariano A. Descripción histórica de la Antigua Provincia del Paraguay. 3ª edición, Nizza, Argentina-Paraguay, 1957.
[6] Du Graty, Alfred. La République du Paraguay. Londres, 1862.
[7] Molins, W. Jaime. Paraguay. Crónicas Americanas. A. Molinari, 1ra. edición, Buenos Aires, 1915, p. 17.
[8] Hoyos Sáinz, Luis y Hoyos Sancho, Nieves. “Manual de folklore. La vida popular tradicional”. Revista de Occidente, Madrid, 1947.
[9] Schweter, Berta. Enciclopedia de trabalhos manuais. Cap. “Renda de Tenerife ou Nhandutí”. Livr. de Globo, Porto Alegre, 1946, p. 342.
[10] Taullard, Alfredo. Tejidos y ponchos indígenas de Sudamérica. Editorial Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1949, p. 131.
Nota de edición: El presente texto ha sido extraído de Gustavo González, Ñandutí, Villa Morra S.A., Asunción, 2008, pp. 26-35. Las imágenes corresponden a esta edición. Se ha respetado la grafía guaraní usada por el autor.
* Gustavo González (Asunción, 1898-1974) fue médico, investigador, político, presidente de la Sociedad Científica del Paraguay y prolífico escritor. Durante la guerra del Chaco fue jefe del Hospital Central de la zona de operaciones en Isla Po’i y jefe del Servicio Médico del II Cuerpo de Ejército. Estudioso de la lengua y la cultura guaraní, fue autor de Entre los chané-guaraníes de Pikuíva, Ñambyrenda e Yrendague, La medicina tupí-guaraní pre-colonial y Toponimia guaraní del Paraguay, entre otros títulos. Su ensayo sobre el ñandutí fue también publicado en 1983 por el Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo, en volumen compartido con un texto de Josefina Plá sobre el mismo tema.
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Joaquin Sánchez
20 de enero de 2021 at 14:28
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