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Cultura

Las mujeres Paĩ Tavyterã y la defensa del Tekoha

En el universo simbólico de los Paĩ Tavyterã –cuyas comunidades están distribuidas en los departamentos de Amambay, Concepción y Canindeyú– las mujeres son guerreras y protectoras. Las guía su íntima conexión con el territorio y con todo lo que habita en él. Así lo explica la investigadora Sofía Espíndola Oviedo.

Sofía Espíndola Oviedo es investigadora del grupo de estudios ancestrales Ary Ojasojago, docente universitaria, con maestría en antropología social y estudios de género. Conoce la comunidad de Ita Guasu y otras comunidades Paĩ Tavyterã de Amambay y Concepción desde que tenía cinco años y acompañaba a su madre enfermera en las brigadas sanitarias de los años 70.

Desde entonces vivió conectada a estas comunidades, a las que acompaña en sus luchas por conservar su tekoha, su territorio, que alguna vez no tuvo horizonte, ni en el cielo, ni en la tierra, y hoy se debate constantemente amenazado por actividades económicas extensivas –con todo su impacto medioambiental, social, cultural–, el restablecimiento de relaciones de sometimiento, permanente tensión y un ciclo interminable de violencia.

Ita Guasu, Amambay © Juan Carlos Meza

Ita Guasu, Amambay © Juan Carlos Meza

“Yo me considero al servicio de ellos, en especial de las demandas que tienen las mujeres; ellos me cuidaron, me formaron, ellos son mis maestros; grandes filósofos, personas muy sabias, que trascienden”, dice Espíndola.

Señala la investigadora, a propósito de los relatos de heroísmo que tanta repercusión tuvieron –en el caso de las mujeres que encabezaron las incursiones en los montes en busca de uno de los suyos, Adelio Mendoza, secuestrado por los guerrilleros del EPP junto al ex vicepresidente Oscar Denis Sánchez–, que esta actitud no constituye un hecho excepcional en la vida de esta comunidad, ni de ninguna de las otras que conforman el Tekoha Guasu, la tierra grande de los Paĩ Tavyterã.

Territorio en tensión

“Es una reacción cotidiana cuando ocurren tensiones; estamos hablando de un territorio donde operan distintas fuerzas: la ganadería, que ejerce cada vez más presión sobre sus tierras; el narcotráfico y, en este último tiempo, el EPP, y yo veo cómo las mujeres y los hombres se enfrentan diariamente a todo esto y lo hacen con mucha valentía, mucha entereza”, dice Espíndola.

En este momento se encuentra investigando, precisamente, sobre las tensiones relacionadas con la tierra, los cambios que fueron dándose hasta configurarse el mapa actual de alta concentración y sectores en disputa, y cómo estas comunidades se organizan para hacer frente a toda esta problemática, que además tiene profundos orígenes históricos.

“Ellos son conscientes de que si ellos no estuvieran, si desaparecieran por alguna razón, los ganaderos van a arrasar con todo lo que queda de monte; ellos fueron muy claros, tienen conocimientos que pueden protegerte; usaban mucho el Tekoha, el lugar donde se vive, el teko, la vida”, ilustra Espíndola.

Tiene que ver –dice– con la misma palabra Paĩ Tavyterã y toda su carga de significado ancestral, el lugar de vida de los primeros habitantes del planeta. Quizás la representación máxima de toda esta cosmovisión sea el Cerro Guasu, que se levanta en el paisaje como un gran tótem: Jasuka Renda o Jasuka Venda, como lo llama la gente, un sitio donde –además– investigadores europeos comprobaron la existencia de vida hace 5.000 años, señala Espíndola.

Cerro Guasu, Amambay © Juan Carlos Meza

Cerro Guasu, Amambay © Juan Carlos Meza

Explicar el protagonismo de la comunidad de Ita Guasu en estos días de crisis en el Norte desde sus más íntimas relaciones y creencias, supone explorar el universo de las palabras que la definen, su ñembo’e, no en el sentido de rezos y oraciones, sino en lo que la ubica en la existencia, el ser y hacer.

“En guaraní che ha’e (yo soy, yo digo) y ñembo’e son las enseñanzas elementales para la vida, las que muestran el sentido, y que fue lo que hizo que ellos reaccionaran como lo hicieron, con fuerza y valentía, con determinación”, afirma Espíndola.

Según la investigadora, el celo con que la comunidad entendió que debía involucrarse no guarda relación con los arquetipos construidos por la crónica periodística, sino más bien con “el teko joaho, que es un principio vital; cuando vos te relacionás con alguien tiene que ser desde el afecto, no podés ser indiferente ante la gente y su sufrimiento”.

“Los dioses, las deidades de ellos, no conocen lo que es el pecado, la culpa, el miedo; todas las deidades son generosas; ellos siempre creen que la tierra es uno de los grandes paraísos; para ellos nosotros estamos en el yvy”, explica Espíndola.

Todo esto sucede –dice– independientemente de la situación de subordinación en que viven las comunidades indígenas con los hacendados. “Ellos ya saben que ahí, afuera de sus comunidades, las normas las pone el patrón, y estamos hablando de un escenario laboral donde la ley no le da nada al trabajador, e incluso habilita al ganadero a pagar con víveres los salarios”, señala.

Sofía Espíndola cree necesario diferenciar entre los hacendados de toda la vida, que no igualan derechos pero tienen cierto criterio de protección con las comunidades y el entorno, y los nuevos ganaderos, “más salvajes, más violentos, con la gente y con el medio ambiente”. Nada de esto, sin embargo, mella la generosidad de los Paĩ Tavyterã, proveniente de sus deidades y su conexión íntima con un territorio que los precede y los sucederá.

Mujeres guerreras

Que hayan sido las mujeres quienes se pusieron al frente de los reclamos por la vida de los secuestrados tampoco es un dato excepcional, dice la investigadora. Explica que si bien la sociedad Paĩ Tavyterã es patriarcal, “el rol combativo no es una cuestión exclusiva de los hombres” y, a su vez, guarda una estrecha relación con el territorio, donde las mujeres se reservan el rol del cuidado, no solo de la salud y la alimentación –que son actividades conjuntas en la comunidad– sino también en situaciones límite como la vivida en estos días con el cautiverio de Adelio y su patrón.

“Cuando hay conflicto con un ganadero, con su matón, su capataz, donde el riesgo de muerte del hombre es muy alto, ellas van al frente porque es muy diferente cuando hay una mujer; es como que el riesgo es menor”, ejemplifica Espíndola. “No podemos hablar de un arquetipo, pero sí podemos decir que ese rol de guerreras, de enfrentar situaciones, es para ellas parte de su identidad”, señala. “Para ellas, ser mujer significa fuerza, significa esa habilidad extraordinaria que tienen, esa conexión con el territorio”.

Dice Espíndola que mientras en las culturas occidentales es común la imagen de Penélope, que teje mientras espera a su amado (“teje de día y desteje de noche”), en el caso de las mujeres Paĩ Tavyterã, “ellas tejen porque con eso están resguardando el territorio; la habilidad de tejer es saber hacer redes, relaciones; ellas son las intermediadoras, negociadoras, rol que no tiene que ver con esperar, es un papel súper activo”.

Ita Guasu, Amambay © Rosa Palazón

Ita Guasu, Amambay © Rosa Palazón

Y, además, es un papel reconocido desde lo simbólico. Dice Espíndola que “el jeguaka, la diadema que llevan los hombres en la cabeza, está relacionada con la creencia de que las ideas y los pensamientos deben estar protegidos por la fuerza femenina; lo mismo pasa con el mbaraka, que en la punta tiene un algodón, que es también una deidad femenina; todo esto sintetiza de una manera simbólica y muy práctica el poder que tienen estas mujeres”.

Jasuka venda, Amambay © Rosa Palazón

Jasuka Venda, Amambay © Rosa Palazón

La investigadora cree que los episodios del Norte, la visibilidad que cobraron mujeres como Leticia Valiente –esposa de Adelio–, Juana Benítez –su mamá–, y la líder Digna Morilla, entre muchas otras, “abrió una pequeña grieta que nos muestra de alguna manera que es posible reencontrar el camino trazado por esas mujeres ancestrales, esa alma femenina originaria que no tiene esa idea patriarcal de fragilidad sino la infinita capacidad de fluir, el syryry, esa alma femenina que puede ir configurándose desde la fortaleza”.

Nota: Agradecemos a Rosa Palazón y Juan Carlos Meza por las imágenes.

 

 

 

2 Comments

2 Comentarios

  1. angel yegros

    20 de septiembre de 2020 at 13:03

    Como necesitamos de gente así para seguir adelante en paz.

  2. Martin

    24 de septiembre de 2020 at 06:59

    Felicitaciones por la nota.

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