Cultura
Triple Frontera: un laboratorio lingüístico-poético
La Triple Frontera es el escenario de la narrativa de Damián Cabrera. Sobre las contaminaciones del paisaje, las lenguas, los sonidos, los sabores y los olores, así como sobre las tensiones y conflictos de ese espacio babélico, nos habla el joven escritor nacido en Asunción y crecido en Alto Paraná. La frontera como puente, como cruce, como intersticio, como no-lugar. La frontera como sitio de enriquecedoras interferencias culturales.
Damián Cabrera © Laura Mandelik
La Triple Frontera no es solo una película en Netflix, ni Ciudad del Este solo un set para Miami Vice. Tampoco es solo el territorio cruzado por las líneas de tensión que cotidianamente invaden la prensa: contrabando, narcotráfico, trata de personas, en fin, crimen organizado, a lo que ahora se suma el trágico padecimiento pandémico. La Triple Frontera es también una fértil zona de producción cultural, literaria, que recoge sus notas particulares, plurales, y cuyos alcances trascienden los bordes flexibles que conectan Paraguay, Brasil y Argentina.
Damián, ¿cómo caracterizarías, simbólicamente, la situación de frontera?
Existe una profusión de imágenes en torno a los fenómenos de frontera; me interesan sobre todo aquellos producidos desde el pensamiento teórico crítico, y que presentan, no obstante, ribetes poéticos: la frontera como puente, la frontera como cruce, la frontera como intersticio, la frontera como no-lugar. Creo que todas estas imágenes, una por vez y varias al mismo tiempo, me convocan cuando trato de pensar este paisaje, esta escenografía cultural: es decir, todas funcionan circunstancialmente. Sin embargo, quizás algunas imágenes provenientes de los estudios de la cultura y otra de los estudios sobre el lenguaje tiendan a ser más efectivas para definir mi percepción de lo trifronterizo: la primera, piensa las zonas de contacto. La segunda es la idea de la frontera como zona de interferencias. Esta me provoca mayor simpatía, porque se vincula con mi vocación fallida de lingüista, y da cuenta al mismo tiempo de las oscilaciones culturales como de los intercambios léxicos, sintácticos y semánticos que se producen a nivel de la lengua. Yo la vinculo con mi experiencia del fenómeno radiofónico: un espacio en apariencia inasible y con cualidades cuasi abstractas. A veces, de acuerdo con la intensidad de unas señales que fluyen a lo largo de una misma frecuencia, invisible al ojo desnudo, una voz es interrumpida por otra: son voces consonantes pero no unísonas. Así habían sido mis primeras experiencias de escucha de radio, pero también como espectador televisivo en la Triple Frontera: en que señales de radio y televisión procedentes de Brasil o Argentina podrían interferir las de Paraguay. Es lo primero que, de forma concreta, constituyó para mí una medida de la experiencia fronteriza.
En términos paisajísticos, hay una serie de elementos naturales en oposición a los de la ingeniería humana que conforman la arquitectura y escenografía geo-poética que rigen la vida de las gentes en la frontera. Son elementos concretos y deslumbrantes: fallas geológicas y estructuras artificiales que destacan por su verticalidad: el río Paraná, tan profundo, las cataratas del Yguazú, los saltos del Monday, las usinas hidroeléctricas de Itaipú y Acaray, o los puentes de la Amistad y de la Fraternidad (Costa Cavalcanti). Frente a estos elementos concretos, el polvo –hoy materia dominante de ese paisaje en proceso de desertificación y urbanización simultánea– ha sido siempre para mí uno de los señuelos más dramáticos para tornar visibles unas formas de retorno espectral de un ecosistema disuelto por la incidencia de la modernización productiva y económica. Unas ciudades en pleno crecimiento vertical y horizontal se elevan sobre estructuras vegetales y geológicas previas y milenarias que se van replegando sometidas por la fuerza de un empuje capitalista. El polvo son las ruinas del Alto Paraná.
¿Cómo es habitar en la Triple Frontera? ¿Cómo se habita un espacio cruzado por tantas líneas de tensión? Si tuvieras que describir los conflictos predominantes, ¿cómo lo harías? ¿cuáles señalarías?
Hay unas potencialidades implícitas en la intersección fronteriza: una de las experiencias fundamentales es la del cruce: es decir, el cruce de las fronteras. Las personas están habituadas a pasar de una posición geográfica a otra, de un Estado a otro. Esto supone asumir, en cada lugar, unas conductas especificadas por el diagrama urbano, político y simbólico de cada sitio. Lo que está prohibido a un lado del río puede tener vía libre en el otro. Esta circunstancia separa en el mapa político no apenas las distintas funciones de vigilancia estatal y administración policial, sino que organiza al mismo tiempo un reparto de lo posible. Para mí esta experiencia acarrea la riqueza de los intercambios culturales, lingüísticos y hasta genéticos, incluso bajo la ineludible vigilancia con efectos restrictivos.
En la frontera, el enemigo es la policía, es la aduana, son los gendarmes que limitan la circulación fluida de contenidos y subjetividades. Sin embargo, esta policía no está representada apenas por los así llamados “agentes del orden”, sino también por las aduanas del sentido, las cuales represan, como se hace con los ríos, potencias vitales, ideologías y mercancías que buscan hacerse camino de un lado a otro de un puente, de un río, de una calle… Aunque, sobre todo más reciente, ese muro de contención ha estado experimentando fisuras. La frontera, de por sí permeable a los tránsitos no autorizados de mercancías, ha estado siendo horadada por otros filos. Para mí era impensable una circulación de mis textos más allá de mi propia circunscripción; sin embargo, aunque todavía mínima, hay una circulación marginal, restricta casi al ámbito académico, de mis libros y de mi discurso. Me gusta pensar que es como una gota que se abre paso a través del hormigón de una represa. Con una gota se puede lograr mucho, y capaz detrás venga un aluvión.
En general, las tensiones que observo en la Triple Frontera tienen que ver con procesos coloniales en que se configuran posiciones de autoridad y diferencia, por lo general enquistados: ambas me parecen bastante clausurantes. Una tiene que ver con una vocación expansionista que proviene de ciertas regiones del Brasil –imperialista se le habría llamado en el pasado–; la otra, está establecida como una repetición de formas identitarias homogeneizantes y bloqueadas a formas fluidas de conversación inter o transcultural. En medio de ambos cuerpos en fricción, aparecen los sujetos híbridos, tales como los brasiguayos. Estas identidades para nada estables burlan los límites de la identificación y el reconocimiento, y creo que tienen potencialidades subversivas incluso. Aunque tradicionalmente esta denominación gentilicio-identitaria se refiera a los brasileños inmigrantes o hijos de inmigrantes brasileños nacidos en Paraguay, a veces me gusta pensar que el brasiguayo soy yo: un sujeto de nacionalidad paraguaya pero que creció con un flanco del cuerpo expuesto a la cultura de masas de Brasil, y que en función de fronteridad se desea habitante fluido de ambos mundos. En tal sentido, creo que tanto yo como otras personas de mi generación no somos aculturados, sino que hemos nacido a unas formas culturales de fronteridad, pese a sufrir en nuestro propio interior toda la energía de los radicales liberados por el complejo colonial y lingüístico que caracterizan ese territorio ambiguo, y que afectan desde nuestra autoestima hasta nuestras posibilidades expresivas.
¿Cuáles son los grados de experimentación lingüístico-literaria que propicia una situación multicultural como la de Triple Frontera, esa suerte de Babel con presencia de árabes, chinos, brasileros, brasiguayos, paraguayos…?
Un exprofesor mío, Pablo Gasparini, sostenía que es probable concebir la verdadera norma de la expresión literaria como un espacio de intersecciones lingüísticas, y que los textos monolingües –así como los sujetos absolutamente monolingües– serían una excepción. Aunque esto pueda ser discutido, si establecemos una genealogía de las interferencias lingüísticas como forma de creación en la lengua y la literatura en el contexto fronterizo, podemos encontrar que en la fundación de su reparto contemporáneo, ya las crónicas de Alvar Núñez Cabeza de Vaca presentaban contaminaciones entre castellano, portugués y guaraní. Esto lo descubrí a través del escritor brasiguayo Douglas Diegues. Diegues, de Ponta Porã, frontera con Pedro Juan Caballero, es uno de los ejemplos contemporáneos de estas mezclas creativas que aparecen también en Fabián Severo, en la frontera entre Uruguay y Brasil, y que podrían tener antecedentes modernos en las obras del paraguayo Jorge Canese, el brasileño Wilson Bueno o el argentino Néstor Perlongher. Wilson Bueno es hoy casi un autor de culto: con su novela Mar paraguayo, impulsada en cierta forma por un contacto con Jorge Canese, estableció una lengua literaria insólita, aunque ya pre-existente en el habla coloquial de los fronterizos. (El propio Bueno realizó experimentos, hay que señalar, entre estos complejos lingüísticos –guaraní, portugués y castellano– y el árabe, en su libro Mascate).
Personalmente, en algún momento me sentí interesado por las mezclas léxicas, a la manera de estos autores. No obstante, aunque esta sobreviva en algunos de mis textos, tiendo a apelar a la interferencia en otro nivel: pasajes o voces polifónicas en cierta medida enquistadas en un afán de pureza lingüística que, sabemos, es fallida. Me preocupan, además, las interferencias sintácticas que, de hecho, son un vicio en mi propia escritura y en mi habla. En la escritura, el resultado de estas tensiones tiende a ser casi como el de una batalla en que las lenguas entran en pugna: las lenguas victoriosas resultan indemnes y aun fortalecidas de la confrontación; las derrotadas son lenguas torturadas, sometidas a una trituración y fragmentación en que la sintaxis es anulada o herida; los complementos directos se desprenden, se liberan, del sintagma nominal, y el lenguaje se desnaturaliza. Por lo general, en mi caso, el portugués es el que siempre gana, mientras el castellano se tambalea derrotado, y el guaraní se agazapa y estalla desde una forma de opacidad, como un hombre-bomba. No sé si será mi forma especulativa de prever un futuro de las lenguas o las tensiones culturales y políticas que los encuentros fronterizos suscitan, o si se trata más bien de una expresión subjetiva: de cómo las lenguas operan sobre mí como sujeto-hablante-escribiente. Como sea, es mi forma de contarme, y así contar el mundo.
¿Cuáles son las notas particulares de este espacio? Notas que puedas desprender de tus experiencias como habitante y como escritor (usos, costumbres, tensiones, conflictos, horizontes posibles).
Sobre el mapa distópico fabricado por la imaginería corporativa de los medios de comunicación, creo que existe la posibilidad de pensar la Triple Frontera a partir de un cambio de signo. Ciertamente, es un lugar que se padece, se sufre. Hay una pobreza brutal inserta en una escena en que circulan grandes cantidades de capital, de cuyo reparto hay muchos excluidos. Estas ciudades de frontera se levantan no solo sobre las ruinas de un ecosistema sino de unas culturas, fundamentalmente los pueblos guaraníes que son los restos humanos, depositados en los vertederos municipales o en asentamientos sin las mínimas condiciones de vida. Me parece tan contradictorio que en esa así llamada tierra de oportunidades, esas “ciudades-jardín”, no haya lugar para algunos de sus pobladores, hoy desterrados. Quizás por el carácter anticapitalista y paraestatal de ciertas sociedades. En cierto sentido, Ciudad del Este es una oscura y ambigua utopía capitalista. Pero hay un fuego palpitante al margen de los designios del capital que recién ahora, a décadas de su fundación colonial en la segunda mitad del siglo XX, encuentra una mitología común sobre la cual edificar su verdadero devenir metropolitano, tan anunciado y al mismo tiempo tan inexistente aún. Quizás en algunos años la gente sea capaz de pensarse más críticamente, y solucionar las incongruencias de la contradicción económica que excluye a tantos, y se llame a construir entre todos un común más próximo de la perfección. Por el momento, la tierra sigue siendo mala, pero hay debajo de esa corteza de maldad el futuro de una tierra nueva.
Quizás como negación y como forma de nostalgia, me gusta pensar que vivo en tránsito entre Asunción, donde trabajo, y el Alto Paraná. Hasta el año pasado viajaba casi semanalmente a Ciudad del Este. Extraño caminar en sus calles laberínticas, sin el propósito de comprar nada: solo escuchar la polifonía, ver la policromía y experimentar la policronía que implica estar en medio a tantas diferencias, olfativas, visuales, gustativas. En medio de tantas diferencias uno no se siente tan extraño, aunque esto no pase de una ilusión. No extraño para nada las aduanas, la falta de trabajo. Capaz haberme mudado me convierta un poco en turista: no tengo que padecer la pena de la precariedad capitalista que restringe tanto las opciones de los trabajadores de la cultura, y al mismo tiempo puedo visitar los distintos países de la comida, de la fisonomía, que confluyen en ese delta artificial, bajo la mirada atenta de sirenas del Paraná que aúllan por las noches, o los ojos de un puma que se pasea en la selva de hormigón.
En lo que respecta a la escritura, siempre ha sido difícil, mucho más que en centros urbanos donde hay mayor estructura literaria. No obstante, la palabra, la letra, es el arte por excelencia del Alto Paraná: es la editorial Ex Sylvis [Desde la Selva], de Moisés Bertoni, en medio de la flora más salvaje; son las crónicas de Rafael Barrett en El dolor paraguayo y Lo que son los yerbales; es La doma del jaguar de Hugo Rodríguez-Alcalá; es el éxodo de Hijo de Hombre de Augusto Roa Bastos; pero también la Revista/Espacio El Tereré, que editamos con nuestros compañeros escritores, historiadores y filósofos en los 2000; el Espacio para el Goce Escritural De contra(bando) y acorde; el programa radial de la ya fallecida María Estigarribia y, por supuesto, las ya mencionadas crónicas de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. En fin, mi anhelo es aproximarme con mis motas de polvo al fuego resplandeciente de estos grandes habladores-escribidores que buscaron dejar una impresión intensísima sobre este paisaje, diluida en el lenguaje.
Perfil
Damián Cabrera es licenciado en Letras por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional del Este y máster en Filosofía por el programa de posgraduación en Estudios Culturales de la Escola de Artes, Ciências e Humanidades de la Universidade de São Paulo. Es investigador y docente, miembro de Ediciones de la Ura, AICA Paraguay y Red Conceptualismos del Sur.
Xe [fragmento]
Llovizna y corta. Madrugada indigerible en trozos por el paseo de gigantografías publicitarias, donde muy solo. Yo. Mi estar de una vez por todas. Aunque no haya hora decisiva para mí. Porque la vida me come. Perezosa. En la calle, desafío: circunstancia, o sueño.
Masticar quisiera. Como los felinos hacen con el alimento. El lenguaje. Que no cabe en la boca.
Kuarahy jope kuarahy’ã ha pyhare omo’ãva.
Polvo comí. En soledad, en espera terminé. Junto al paisaje que se deshace. Molido. Triturado. Exterior de mí. Arrastro restos. Un fantasma soy. De mi idioma. O nube pretérita. El dorso olvido.
Un pescadero equilibra sobre su hombro. Duermo. El anhelo de los gatos. La pesadilla que me turba y sacudo. De mí desprendo mis restos de mí. Es el canto de los que duermen, agudas de río, de sirenas la voz. A minha linguagem é uivo. Del Paraná. Como modulo cuando el somniloquio estrecho, acuática, que la palabra custodio.
[Damián Cabrera. Xe. Ediciones de la Ura, Asunción, 2019]
-
Destacado
Peña deja la cumbre del G20 en ambulancia tras sentir dolor en el pecho
-
Lifestyle
“Bungee jumping training”: saltar para estar en forma
-
Política
Falleció el abogado José Fernando Casañas Levi
-
Deportes
¿No habrá premiación si Olimpia grita campeón este domingo?
-
Agenda Cultural
Paraguay e Irlanda celebran el legado de Madame Lynch
-
Deportes
¡Olimpia aguanta con uno menos y conquista su estrella 47!
-
Política
En redes sociales despiden a Casañas Levi
-
Deportes
Preparan “fan fest” para hinchas que no tengan entradas para la Final de la Copa Sudamericana
angel yegros
24 de agosto de 2020 at 10:23
Es bueno hacer conocer a los cultores jóvenes, aprender nuevas posibilidades tanto literaria como visuales e ir más allá de lo muy conocido (con el perdón de Roa Bastos).
Luiz Ernesto Meyer Pereira
26 de agosto de 2020 at 21:31
Gostei muito da ler Adriana Almada entrevistando Damian Cabrera sobre a triplice fronteira. Excelente! Parabéns!