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Agenda Cultural

Retratar el alma. Conversación con Nati Cañada

Nati Cañada en Asunción. Cortesía

Nati Cañada en Asunción. Cortesía

El retrato artístico es, quizás, una de las formas más íntimas y cautivadoras de representación visual. Más allá de la captura física de rasgos y proporciones, el verdadero arte del retrato radica en su capacidad de trascender lo meramente visible para adentrarse en el ámbito de lo intangible: la esencia, la emoción y el carácter de la persona retratada.

A lo largo de la historia, artistas de diversas épocas y estilos han utilizado el retrato como un vehículo para explorar la relación entre el individuo y el mundo que lo rodea. Desde las solemnes y detalladas efigies de los faraones egipcios, que simbolizaban poder eterno, hasta los retratos renacentistas de artistas como Leonardo da Vinci, que combinaban una precisa observación anatómica con una sutil expresión psicológica, el género ha evolucionado constantemente.

El retrato no es solo un registro de la apariencia, sino también un diálogo entre el artista y su modelo. Este intercambio, casi teatral, refleja no solo al sujeto, sino también al creador: sus habilidades, intenciones y, a menudo, su visión del mundo. En el contexto contemporáneo, el retrato se ha liberado de sus ataduras tradicionales. Las formas digitales, la fotografía y el arte conceptual han expandido el género, permitiendo cuestionar qué significa “retratar” a alguien. ¿Es el retrato un rostro? ¿Una idea? ¿Una memoria? Cada obra se convierte en una exploración no solo del individuo, sino también de las múltiples formas en que lo percibimos.

Nati Cañada ha pintado desde jefes de Estado y miembros de la familia Real Española, hasta celebridades y figuras destacadas en sus respectivos campos. Su pasión por el arte –heredada de su padre, el reconocido pintor español Alejandro Cañada– la ha traído al Paraguay en diversas ocasiones durante más de treinta años, con el fin de capturar  la esencia de quienes desean perpetuar su imagen y/o la de los suyos a través del arte. Conversamos en ella en esta nueva visita a nuestro país.

Nati Cañada, Retrato de la Reina Sofía de España. Cortesía

Nati Cañada, Retrato de la reina Sofía de España. Cortesía

—¿Cuándo empezó a interesarse por el retrato?

—Hace muchísimos años. Mi papá era pintor y un gran retratista. Tenía un estudio en Zaragoza. El primer retrato que hice fue un autorretrato, a los 15 años, mirándome en un espejo. En la academia de dibujo y pintura de mi papá, una de las asignaturas que él impartía era el retrato. En la sala destinada a esta disciplina, el modelo posaba sobre una tarima y, alrededor, los alumnos, con sus caballetes, pintábamos. Normalmente, la pose duraba una semana, dos horas al día.

En una de aquellas clases, y lo recuerdo como si fuera hoy, yo tendría unos 8 años, empecé a pintar con tanta rapidez y furia que desaparecieron de mi vista mi padre, los alumnos y los caballetes. A la hora ya había terminado el retrato. Como aún quedaba otra hora, coloqué el caballete al otro lado y pinté un segundo retrato. Sin embargo, todavía no habían pasado las dos horas reglamentarias, así que cambié de nuevo la posición del caballete y empecé un tercer retrato. Cuando terminé, exhausta, se los mostré a mi padre, quien, cabe destacar, era muy exigente conmigo. Para mi sorpresa, quedó muy complacido y me dijo: “Tú harás retratos”. Mi padre quería que yo fuera médica, pero el día antes de matricularme en la universidad, me dijo: “Tú serás pintora”. Entonces, elegí estudiar Bellas Artes. Esto del retrato me absorbía por completo. Además, tengo facilidad: pinto rápido y, normalmente, no corrijo.

—¿Cree que la formación que recibió de su padre la preparó adecuadamente para el oficio?

—Absolutamente. En esa época, en Zaragoza no había escuelas de Bellas Artes; para estudiar, había que ir a Barcelona, Madrid o Valencia. Los estudiantes se preparaban durante un año con mi padre en su estudio y después se examinaban. En mi caso, no fue así: estuve dos o tres años bajo su formación hasta que me permitió ir. Recibí una preparación mucho más amplia que cualquier otro alumno.

—¿Qué papel juega la fotografía en su obra?

—Juega un papel importantísimo. Cuando empecé a hacer retratos, la gente posaba durante un mes seguido, todos los días. Pero al darme cuenta de la­s ventajas de utilizar una buena fotografía, esta se convirtió en un soporte básico, sobre todo para viajar. Desde hace treinta años trabajo también en América Latina, haciendo retratos en once países. Si no fuera por la fotografía, me tocaría estar fuera de España todo el tiempo. Normalmente, paso unos días tomando fotos a mis clientes, después llevo las imágenes a mi taller en Madrid. Más tarde vuelvo con los retratos y, si hay que hacer algún retoque, lo hago. De paso, en esos viajes aprovecho para aceptar nuevos encargos.

—¿Sin la fotografía, hubiera sido posible pintar al rey Juan Carlos?

—No, no habría sido posible. He pintado 17 retratos oficiales del rey.

Nati Cañada, Retrato de Juan Carlos de Borbón, rey de España, 1996. Cortesía

Nati Cañada, Retrato de Juan Carlos de Borbón, rey de España, 1996. Cortesía

—¿Cuáles son los peligros de confiar en la fotografía?

—El principal peligro es ser un mal fotógrafo y no saber capturar la expresión que identifica a la persona. Otro riesgo es conformarse con una imagen mediocre. A veces, cuando busco una pose ideal, termino completamente exhausta porque no me conformo hasta capturar los detalles mínimos que me permitan interpretar a mi personaje.

—En relación con la pintura de retratos, ¿qué considera único en su obra?

—Quizás esa sensación de transparencia. A mi pintura la llaman de “veladura”. El fondo es siempre blanco o claro, y el retrato parece transparentarse. En lugar de buscar relieve, prefiero que el retrato se confunda con el fondo: un cuerpo sutil, con poca materia.

—¿Cuál es su procedimiento al pintar retratos?

—Lo difícil no es pintar un cuadro, sino decidir cómo lo quieres pintar. Por ejemplo, hace poco me encargaron un mural sobre los mártires de la guerra civil española. Me dieron las fotos de los mártires y tuve que integrarlos en un cuadro de dimensiones específicas. Lo complicado fue pensar en los tamaños, las posiciones… Una vez que supe cómo quería el cuadro, el proceso de pintarlo fue sencillo para mí.

—Usted también pinta bodegones y flores. ¿Le han ayudado en su trabajo como retratista?

—Muy poco. Pero cuando llevo mucho tiempo pintando retratos, que es un acto sumamente intenso, los bodegones me sirven para distanciarme. Son un descanso para mi mente.

Nati Cañada junto a otro retrato de la Reina Sofía.

Nati Cañada junto a otro retrato de la reina Sofía. (FB Retratos de Nati Cañada)

—Al repasar su carrera, ¿qué retratos cree que han logrado las cualidades que usted busca?

—Un retrato que hice a Plácido Domingo hace veinte años. Su esposa vino a mi estudio para encargar un retrato donde él apareciera vestido como Parsifal, un personaje de Wagner que había interpretado. Pero no me convencía esa idea. Un día, su esposa me invitó al estreno de una ópera suya: Margarita la tornera, ambientada en la España del siglo XIX. Cuando vi a Plácido en escena, con capa española, corbatín y el pelo engominado, le dije a su esposa: “¡Así lo quiero!”. Plácido, con una de las agendas más llenas del mundo, me dio cita al día siguiente. Nos encontramos en el Palacio Real de Madrid y comenzamos un trabajo del que quedé muy satisfecha.

—Otra faceta de usted es su filosofía acerca de la felicidad. ¿Qué nos puede decir al respecto?

—Hace mucho tiempo aprendí que la felicidad se aprende. Hoy, cuando hablo en una charla, me presento diciendo: “Me llamo Nati Cañada, soy pintora de profesión y encontradora de la felicidad”.

—¿Cuáles son los pasos que siguió para encontrarla?

—Todo empezó un día en que iba en bicicleta por mi pueblo natal, Oliete. Durante treinta años había recorrido el mismo camino sin darme cuenta de un detalle: a un lado había un río, árboles y manzanos; al otro, un vertedero con basura, animales muertos y maderas oxidadas. Me di cuenta de que podía elegir hacia dónde mirar. Si enfocara mi atención en el río, llegaría a destino con un ánimo diferente al que si observara el vertedero. A partir de ese momento, comprendí que la felicidad radica en elegir cómo queremos estar. Si decides estar bien, acabarás estando bien; si eliges ser víctima y estar mal, eso también se cumplirá.

—¿Sigue siendo el blanco su color favorito?

—Sí.

—¿El jazmín sigue siendo su aroma favorito?

Sí, el jazmín, y Diorissimo, que llevo usando hace 68 años, sin cambiar de perfume.

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