Agenda Cultural
Aldus, inventor de la “itálica” y el “pocket book”. Pequeña historia
Pocos imaginan todo lo que debemos a un exquisito italiano que vivió entre 1449 y 1515. Basta con citar solo dos de sus inventos para darnos cuenta hasta qué punto ha modelado nuestra vida cotidiana: el libro de bolsillo y la inefable bastardilla, también llamada itálica, o cursiva. Imposible no recordarlo en la semana en que se festeja el Día Mundial del Diseño Gráfico.
Aldus Pius Manutius fue un humanista, impresor y editor, fundador de la Imprenta Aldina. Se llamaba Teobaldo Mannucci, pero pasó a la historia con la forma latina de su nombre. Como buen exponente del Renacimiento, su principal ambición era recuperar y preservar libros clásicos en peligro de desaparecer. Así, se estableció en Venecia en 1490, donde aprendió el oficio con Jenson, tradicional impresor de la época, con el fin de dominar los aspectos técnicos. Sus primeros libros, si bien no están fechados, son considerados como “los precursores de la biblioteca griega”. También editó muchos clásicos latinos e italianos. Había cursado Letras en Roma y se dedicó luego a la docencia. Uno de sus discípulos dilectos fue el gran filósofo Giovanni Pico della Mirandola.
Manucio, como se tradujo su apellido al español, realizó el mayor número de ediciones Príncipe de la época: 28. Estas eran las primeras ediciones que se hacían a partir de manuscritos antiguos. Para ello era imprescindible conseguir varios manuscritos del mismo libro, compararlos, estudiarlos exhaustivamente y escoger, así, la versión más acertada y sin errores. Se rodeó de los mejores tipógrafos y correctores de su tiempo, eruditos comprometidos con la difusión de la cultura clásica, expertos en textos helénicos y códices latinos.
La primera obra de arte de la tipografía
Aldus publicó obras de Aristóteles, Teócrito, Hesíodo y Aristófanes. Pero su consagración como el impresor más destacado del momento aconteció en 1499, con Hypnerotomachia Poliphili (El sueño de Polifilo), de Franscesco Colonna, edición unánimemente reconocida como la primera obra de arte de la tipografía. Tambien publicó obras de Platón, ensayos de Plutarco y obras de teatro de Eurípides. Manucio fue también autor de una gramática griega y una gramática latina. No solo se limitó a imprimir y difundir la cultura griega; fundó la Academia de Expertos en Literatura Griega, conocida como Academia Aldina. Entre los refinados intelectuales que la frecuentaban se encontraba el filólogo y teólogo holandés Erasmo de Rotterdam. Ambos humanistas iniciaron una amistad profunda que duraría toda la vida y que los embarcaría en magníficos proyectos editoriales.
Según se sabe por testimonios, Erasmo estaba fascinado por los innovadores formatos y la revolución en las costumbres que estos implicaban, así como por la “democratización” del saber que producían. Y elogió “esas maravillosas letras pequeñas, sobre todo las más pequeñas”. Destacó las virtudes de la impresión barata, legible y de fácil manejo, y ofreció a Manucio su colaboración en la edición de varias obras trascendentales de la cultura clásica, como las traducciones de los dramas de Eurípides.
Cuentan que juntos pasaban el día entero en la imprenta, Erasmo corrigiendo los textos hasta último minuto, a medida que Manucio le traía las pruebas. Ambos adoraban el taller de prensas, donde acudían también jóvenes poetas y literatos, llevando más y más textos de autores griegos. John Huizinga, uno de los biógrafos de Erasmo, recreó así la pasión que compartían: “En medio del ruido de la imprenta, Erasmo, sentado, escribía, para sorpresa de su editor, la mayoría de las veces de memoria, y tan absorto que no tenía tiempo -según dijo muy expresivamente- ni para rascarse las orejas. Era dueño y señor de la imprenta. Se puso un corrector particular a su disposición; hasta en la última prueba hizo correcciones en el texto. Aldus también revisó las pruebas. ‘¿Por qué?’, preguntó Erasmo? Porque así me instruyo’, respondió”. Dos espíritus exquisitos en pleno trabajo.
De la itálica al pocket book
Pero si hay una invención de Aldus Manucio que pasó a la historia, sin la cual toda la literatura quedaría privada de un recurso imprescindible (y las invitaciones protocolares impresas perderían su característica), fue la itálica (bastardilla o cursiva). Manucio contrató a Francesco de Bologna, más conocido como Griffo, para regentear la imprenta y realizar las fundiciones de los tipos, pues era un experto grabador de troqueles. Así, los primeros tipos itálicos salieron de las manos de Griffo en 1501. El estilo de letra debe su nombre al país de procedencia y es utilizado para destacar en un texto palabras escogidas por el autor o el editor, así como extranjerismos y citas.
La itálica fue resultado de un trabajo de sistematización realizado por Manucio y Griffo a partir de una letra usada en la cancillería papal. Juntos concibieron el diseño para la tipografía de imprenta. Todas las ediciones hechas entonces con esta tipografía cursiva son denominadas ediciones Aldinas.
Un dato curioso es que Manucio fue llevado a crear la itálica no por un afán estético sino práctico: este tipo de letra ahorra espacio en las impresiones, ya que admite mayor número de caracteres por página. Gracias a esto Manucio logró abaratar considerablemente los costos de impresión, haciendo los ejemplares más accesibles a un gran número de personas. Así nació, hace unos 500 años, un formato menor, tamaño de nuestro actual “libro de bolsillo”. Eran los enchirridi, ediciones de los clásicos en formato manejable. Estos libros fueron también conocidos como “octavos”, a través de los cuales el pensamiento de los humanistas de aquel tiempo pudo llegar a sus contemporáneos. También la encuadernación fue simplificada por Manucio, utilizando elementos más económicos como el cartón o la pasta de papel para las cubiertas, en lugar de cuero.
Pero Aldus Manucio no solo llegó a facilitar y distender la manipulación de obras que antes exigían solemnidad, sino que posibilitó el acceso a la cultura de personas con recursos limitados. Así, las “ediciones aldinas” se pusieron de moda para ser leídas en viajes o jardines. Con ella se inició la costumbre de leer libros en la cama. Como se ve, Manucio es parte de nuestro cotidiano y acompaña, hasta hoy, rituales íntimos.
La era contemporánea le rindió el debido homenaje. Los programas de diseño que marcaron el inicio de la era digital llevaron su nombre: Aldus Page Maker y Aldus Free Hand, clásicos en las primeras Mac de la segunda mitad de los 80.
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