Agenda Cultural
23 años de la partida de la poeta mexicana Margarita Michelena
Hoy, 27 de marzo, se cumplen 23 años del fallecimiento de la poeta, crítica, periodista y traductora mexicana Margarita Michelena. La escritora nació en Hidalgo, en 1917. Llevó algunos cursos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Inició su carrera literaria en la revista América, en ese entonces bajo la dirección de Efrén Hernández, escritor, poeta, dramaturgo y guionista mexicano también del siglo XX. Fue contemporánea de Emma Godoy, Griselda Álvarez y Guadalupe Amor. Incluso colaboró en publicaciones nacionales y extranjeras, como Examen, México en la Cultura, Américas, de la Unión Panamericana de Washington y Casa de la cultura, Ecuador, entre otras.
Hasta 1962 fue directora de la revista literaria El libro y el pueblo, parte de la Secretaría de Educación Pública (SEP). También dirigió la revista política Respuesta. En 1978 constituyó Editorial Ara, para dar vida al periódico vespertino Cuestión, con el cual reunió a diversas escritoras y periodistas con el objetivo de crear el primer diario a nivel mundial hecho únicamente por mujeres, cuyo primer número salió a la venta el 21 de enero de 1980, con un tiraje de 5.000 ejemplares que se distribuían en la Ciudad de México.
La obra poética de Margarita Michelena fue publicada durante su trayectoria como periodista, en los libros Paraíso y nostalgia en 1945, Laurel del ángel en 1948, Tres poemas y una nota autobiográfica en 1953, La tristeza terrestre en 1954, El país más allá de la niebla en 1969 y una antología llamada Reunión de imágenes en 1969.
La escritora es conocida por su “fina sensibilidad y pureza lírica de bien dibujados símbolos poéticos”. Figura en antologías de poesía mexicana e hispanoamericana editadas en México, España y Argentina. Octavio Paz dijo que “sus poemas son cristalizaciones transparentes, poemas bien planteados en la tierra, pero movidos por una misteriosa voluntad de vuelo”.
Compartimos aquí un poema suyo.
La desterrada (1952)
I
Yo no canto
para dejar testimonio de mi estancia,
ni para que me escuchen los que, conmigo, mueren,
ni para sobrevivirme en las palabras.
Canto para salir de mi rostro en tinieblas
a recordar los muros de mi casa,
porque entrando en mis ojos quedé ciega
y a tientas reconozco, cuando canto,
el infinito umbral de mi morada
II
Cuando me dividiste de ti, cuando me diste
el país de mi cuerpo y me alejaste
del jardín de tus manos,
yo tuve, en prenda tuya, las palabras.
temblorosos espejos donde a veces
sorprendo tus señales.
Sólo tengo tus palabras, sólo tengo
mi voz infiel para buscarte.
Reino oscuro de enigmas me entregaste
y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo,
y es lengua doliente y una copa sellada.
Esto es la poesía. No un don de fácil música
ni una gracia riente.
Apenas una forma de recordar, apenas
—entre el hombre y tu orilla—
una señal, un puente.
Por él voy con mis pasos,
con mi tiempo y mi muerte,
llevando en estas manos prometidas al polvo
que de ti me separan, que en otra me convierten
y que es mi frontera inexpugnable,
un hilo misterioso, una escala secreta,
una llave que a veces abre puertas de sombra,
una lejana punta del velo centelleante.
Esto tengo y no más. Una manera
de zarpar por instantes de mi carne,
del límite y del nombre que me diste,
del ser y el tiempo en que me confinaste.
Has querido dejarme un torpe vuelo,
la raíz de mis alas anteriores
y este nublado espejo, teatro apenas
de la memoria que me arrebataste.
Y yo que fui contigo solamente
una sonora gota de tu música oceánica,
lloro bajo la cifra de mi nombre,
en esta soledad de ser yo misma,
de ser entre mi sangre un nostálgico huésped
que su idioma ha olvidado, mas no olvida
que es hoja separada de su ramo celeste.
III
Pero voy caminando hacia el retorno.
Pero voy caminado hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia tu rostro,
allá donde la música dejó ya de ser tiempo,
allá donde las voces son todas la voz tuya.
Aún es mi camino de palabras
aún no me disuelves de tu música,
aún no me confundes y me salvas.
Mas tú me tomarás desde el cadáver
vacío de mis pasos,
derribará tu soplo la muralla
y apagará la vacilante antorcha
con que mi voz, abajo, te buscaba.
Recobrarás la espada
que un ángel puso en mi costado
y este sonoro sello que en mi frente
me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré este reino
a frágiles palabras.
¿A qué cantar entonces, si ya habré recordado,
si estará abierta entonces esta rosa enigmática?
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