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Agenda Cultural

78 años del nacimiento del poeta y dramaturgo Mario Romero

William Peña, Sergio Infante, Orieta Alveal, Carlos Alberto Muñoz, Mario Romero y Víctor Montoya (sentado).

William Peña, Sergio Infante, Orieta Alveal, Carlos Alberto Muñoz, Mario Romero y Víctor Montoya (sentado).

Hoy, 15 de febrero, se cumplen 78 años del nacimiento Mario Romero, poeta, dramaturgo y traductor argentino. Nacido en Las Cejas, Tucumán, en 1943, y fallecido a los 55 años en Tucumán en 1998, Romero desarrolló parte importante de su obra en Estocolmo, donde residía desde 1980.

El escritor boliviano Victor Montoya dijo sobre el poeta: “Mario Romero, como pocos poetas en estos pagos, estaba acostumbrado a contar sus sueños, sin agregar ni quitar detalles, y los amigos estábamos dispuestos a escucharlo, tal vez porque todos sabíamos que la voz del poeta correspondía al niño de su infancia, a ese muchacho que soñaba mirando los retratos de Evita Perón, y a ese otro niño auténtico, universal, que todos llevamos dentro.”

Fue traducido al inglés, francés, finlandés, italiano, portugués y sueco. Su obra poética está compuesta por Las señales (Editorial Monopolo, Tucumán, 1973), Pintura ciega (Editorial Estaciones, Madrid, 1982), La otra lanza (Editorial Siesta, Estocolmo, 1983), La última mejilla (Editorial Tierra Firme, Buenos Aires, 1988), Tinta roja sobre tinta negra (Editorial Orions, Estocolmo, 1997) y Vieja pared (Florida Blanca, Buenos Aires, 1998).

Sus textos han sido recogidos en las antologías Nueva poesía argentina, de Leopoldo Castilla (Editorial Hiperión, Madrid, 1987); A palabra nomade, de Santiago Kovadloff (Editorial Iluminarias, San Pablo, Brasil) L’arbre á peroles (Bruselas, 1985); y Världen i Sverige, de Madelaine Grive y Mehmed Uzun, (Editorial En Bok för Alla, Estocolmo, 1995). A continuación, una breve muestra de su obra lírica. Ambos textos, extraídos de La otra lanza.

Discurso del ahorcado en el árbol del fondo
Lo que me molesta es lo de siempre,
el ruido del agua borboteando en su olla de hierro,
y hervir choclos todo el día,
como si fuese lo único que se puede hacer,
y zapallos y batatas.

Aunque los pájaros no picoteen los ojos de los ahorcados,
ella me descubrirá entre las ramas antes del mediodía
y cortará la soga con el mismo cuchillo con que corta los zapallos.

Galpón tiznado
En un galpón tiznado por el fuego
el niño de mameluco pone su mano al final de un rayo de sol
que entra por un agujero hecho con clavos
y mientras más avanza la mano, más se llena de sol como agua,
hasta subirse en una silla, asiento de cuero, puesta a propósito.

Y afuera hay una calle donde la gente habla,
pero él no ve nada porque el sol le da en todo el ojo.

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