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Agenda Cultural

Monolitos y la vida secuestrada

En las últimas semanas el internet ha observado la curiosa aparición de una serie de monolitos en diferentes partes del mundo: Estados Unidos  (Utah y California), Rumania, Países Bajos, Gran Bretaña, España, Colombia. El pasado viernes 11 incluso apareció uno en Paraguarí, al borde de una ruta próxima a los cerros Hû y San Rafael.

La acción es autoría de una serie de artistas individuales, y el colectivo The Most Famous Artist, de Matty Mo. El monolito británico es una acción del diseñador Tom Dunford, mientras que los primeros se atribuyen al colectivo. En el caso paraguayo, el monolito es un trabajo publicitario de un restaurante -el objeto fue destruido por los pobladores poco después de su aparición-.

Es verdad que difícilmente los objetos pueden ser llamados instalaciones de arte, y ninguno de los autores parece haber dispuesto los monolitos como sentencia o enunciación de ninguna cosa, pero el propio gesto de disponerlos, aún cuando broma, no cesa de ser interesante. Aunque fuese como excusa o diáspora de pensamientos, es posible relacionar los monolitos con nociones emparejadas con la idea de fiesta en cierta tradición filosófica.

La fiesta, para el filósofo Henri Bouché, es el momento en el que algo se desata tras un tiempo de intermitencia, una rebeldía que precede al reposo; un orden se rompe en la celebración de una fiesta, quizás a veces en la disposición bromista de un monolito en territorios extraños. Las cosas no son, las cosas acontecen; y acontecen precisamente para reafirmar lo que ha sido. En un año del absurdo, donde lo imposible se ha presenciado, la disposición de diseños futuristas en el medio del desierto, en el borde de un cerro, o en una isla británica viene a afirmar, como un hecho demasiado confirmado, que si de verdad existe un orden en las cosas este está reubicado.

Para otra tradición filosófica, la humanidad necesita precisamente de su superficialidad festiva para su protección. En otras escuelas, no es solo que  la necesitemos como protección, sino que la propia ilusión de una fiesta es lo que constituye al ser humano como ser humano. Cuando la vida ha sido suspendida por un virus, quizás los diseños monolíticos fuesen, muy a pesar de sus autores, un vehículo en donde el ser humano se descubre ser festejante y se distancia -¿o vuelve a acercarse?- a esa vida que ha sido secuestrada.

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