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Opinión

“Exclusivismo” y afán de “grandeza” como motivos de escándalo

38Juan le dijo: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, pero, como no viene con nosotros, hemos tratado de impedírselo”. 39Pero Jesús dijo: “No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y luego sea capaz de hablar de mí. 40Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. 41Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa. 42Al que escandalice a unos de estos pequeños que creen, le iría mejor si le pusieran al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que lo echasen al mar. 43Si tu mano te es ocasión de tropiezo, córtatela; más vale que entres manco en la Vida que ir con las dos manos a la Gehenna, al fuego que no se apaga. 45Y si tu pie te es ocasión de tropiezo, córtatelo; más vale que entres cojo en la Vida que ser arrojado a la Gehenna con los dos pies. 47Y si tu ojo te es ocasión de tropiezo, sácatelo; más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos a la Gehenna, 48donde su gusano no muere y el fuego no se apaga”.

[Evangelio según san Marcos (Mc 9,38-43.45.47-48) — 26º domingo del tiempo ordinario]

La liturgia de la Palabra dominical, centrada en el Evangelio, nos presenta hoy, un texto de san Marcos, siempre en el contexto de la enseñanza de Jesús a sus más cercanos colaboradores en el camino hacia Jerusalén. Dos temas que hacen a la esencia del discipulado son abordados por Jesús con claridad y pedagogía: El peligro del “exclusivismo” misionero y el “afán de grandeza” que motivan el escándalo en la incipiente comunidad cristiana compuesta no ya de judíos, únicamente, sino, además, de creyentes provenientes del paganismo.

Juan, hermano de Santiago (hijos de Zebedeo), interrumpe la enseñanza de Jesús que instruía sobre la “verdadera grandeza” en el Reino que predicaba (cf. Mc 9,33-37). La intervención de Juan —única en Marcos— es en nombre de los “Doce” con el fin de poner de manifiesto el modo de pensar del grupo. Ellos vieron a uno que expulsaba demonios invocando el nombre de Jesús. Intentan impedir la actividad del extraño “porque no nos seguía a nosotros”. En realidad, la pretensión de Juan es injustificable porque cada seguidor está vinculado a Jesús sin intermediarios; el apóstol, en cambio, exige de cada uno la identificación con la postura de “los Doce”; estos no toleran que ejerzan la misión quienes no aceptan los ideales del judaísmo que ellos todavía compartían (“no nos seguía a nosotros”). La ideología judía pretende la restauración de la gloria nacional; creen que solo a través de ellos y a lo que representan puede realizarse la salvación que Jesús ofrece. Por eso Juan considera inadmisible que otros se arroguen el derecho de expulsar demonios sin estar en sintonía con colegio apostólico, cuando, en realidad, ellos mismos no están siguiendo a Jesús y, por eso, no han sido capaces de expulsar el “espíritu mudo” (cf. Mc 9,28).

En consecuencia, la acción de Juan, en nombre de todos, es “exclusivismo”: Ni liberan ellos ni dejan liberar a otros. No reconocen la legitimidad de la obra, aunque están presentes todos los rasgos de autenticidad, pues el extraño invocó el nombre de Jesús y expulsó al demonio como acto de liberación prolongando la obra del maestro. La ideología de Juan consiste en afirmar, de este modo, la superioridad del grupo de “los Doce”. Quieren controlar la actividad de los demás, monopolizar a Jesús. En la perícopa anterior (Mc 9,33b-37), Jesús había corregido la ambición individual de ser más que los otros (el “más grande”), intentando hacerles comprender que eran todos iguales. Ahora Juan sube de nivel y afirma la superioridad del grupo judaizante sobre todo el que quiera actuar en la línea de Jesús, atribuyéndose una exclusividad respecto a la misión. No atiende a lo que se hace, sino a quiénes lo hacen.

Jesús replica el planteamiento de Juan. A la letra dice: “No se lo impidáis, pues nadie que actúa con fuerza como si fuera yo mismo puede al momento maldecir de mí” (Mc 9,39). Reprueba el intento de impedir esa actividad. La expresión “actuar con fuerza” (o “con potencia”) aparece como equivalente de expulsar demonios. Esa fuerza con que se actúa manifiesta la autoridad que se posee, comunicada por Jesús (cf. Mc 3,15). La invocación del nombre o de la persona es propia del que ora o suplica; en cambio, la expresión “hacer algo como si fuera él” implica representación. Jesús explica que la expulsión de demonios realizada por el extraño no acontece por la mera invocación de su nombre, pues ese hombre posee la autoridad del Espíritu y actúa como lo haría él mismo. La actuación “como si fuera yo mismo” conecta con el “niño” de la perícopa anterior (Mc 9,37: “como si fuera a mí”), mostrando que también el sujeto de la actividad liberadora representa a los seguidores de Jesús no procedentes del judaísmo. El “niño” los representaba en cuanto a su actitud de humildad y servicio y lo identificaba con Jesús. El que hace obras como las de Jesús tiene una verdadera adhesión a él, pues la fe —que implica adhesión— es la condición para actuar de ese modo. Así, Jesús afirma en Mc 9,23: “Todo es posible para el que tiene fe”.

El dicho de Jesús tiene alcance universal: “Nadie que…”; se refiere a todo el que sea seguidor suyo, aunque no pertenezca al nuevo Israel. De esta manera, Jesús rompe el exclusivismo de “los Doce”. Si el extraño actúa “con fuerza” es porque el Señor está con él aunque no forme parte del colegio apostólico. Es decir, los seguidores que no procedan del judaísmo no tienen por qué adoptar las categorías judías que “los Doce” mantienen a pesar de la enseñanza y las advertencias de Jesús.

Jesús concluye diciendo: “O sea, que quien no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40). Esta afirmación incluye a cualquier hombre, judío o pagano. Jesús, sin pretensión alguna de superioridad, se pone en el nivel de “los Doce” incluyéndose en el “nosotros” en contraste con el deseo de preeminencia de los discípulos. Por eso, hay que considerar aliado del grupo a todo el que trabaja en favor del hombre. Jesús hace suya toda acción desinteresada beneficiosa para el desarrollo humano. “Los Doce” han querido ejercer control sobre la acción de los que no pertenecen a su grupo; Jesús, en cambio, reconoce al otro como aliado precisamente por su acción liberadora.

Después de evacuar con la apertura a quien colabora con el proyecto del Reino, reprobando el exclusivismo de “los Doce”, Jesús reanuda el discurso interrumpido por Juan, retomando el tema de la acogida. Sigue dirigiéndose a “los Doce” y, al describir la acogida de que ellos pueden ser objeto (“os dé de beber”) alude a la receptividad respecto a los “niños” (cf. Mc 9,37: “El que acoge a uno de estos pequeños”). De hecho, “dar un vaso de agua” es una expresión concreta de acogida y solidaridad. Ahora bien, el elemento constitutivo del grupo es la pertenencia a Jesús como Mesías; este será el motivo de la acogida. La gente ayudará a “los Doce” por su vinculación con Jesús. Acogerlos porque son del Mesías implica que ellos reproducen los rasgos de Jesús, y eso significa presentarse como último y servidor de todos. Acercarse a los demás con la actitud de Jesús es ocasión de que la gente encuentre a Dios. Si “los Doce” actúan con pretensiones exclusivistas y con pretensiones de grandeza podrán causar grave daño en la comunidad, como se señala precisamente a continuación.

En efecto, Jesús afirma: “…pero quien escandalizare a uno de estos pequeños que me dan su adhesión, más le valdría que le encajaran en el cuello una rueda de molino y lo arrojasen al mar” (Mc 9,42). Estos “pequeños” están en paralelo con los “niños” de Mc 9,38 que pueden representar a los cristianos débiles, pobres o poco instruidos, o bien descuidados, aquellos que son considerados “insignificantes y subprivilegiados de la comunidad. Su pérdida de fe puede suceder por el mal ejemplo de los miembros socialmente respetados y pudientes (cf. R. Pesch y J. Gnilka). Entre los rabinos, la expresión “los pequeños” se emplea siempre en sentido de menosprecio; son los mikroi en contraposición a los megas o “grandes”. Los que son como “niños” o “pequeños”, ante todo, son quienes renuncian a la ambición de grandeza y manifiestan, en cambio, disposición de servicio y de entrega generosa. Históricamente, representan a los seguidores de Jesús que no proceden del judaísmo.

El “escándalo” de que habla Jesús se da en el contexto comunitario. Significa “confundir en la fe” que repercute en la privación de la salvación eterna; con el “escándalo” se causa la caída de alguien, es como una “trampa”, en razón de la cual se duda de Dios; por eso, “escandalizar” consiste en “hacer pecar”. Si “los Doce” buscan la grandeza, la preeminencia sobre los demás, y desean posicionarse en sitiales de privilegio, en vez de acoger y servir a todos, provocan el escándalo porque muestran un afán de dominio y no de igualdad y libertad como esperan los pequeños. Estos quedan decepcionados y tienen el derecho de pensar que el mensaje y la predicación no son sino mera retórica y bellas palabras sin contenido en la práctica. De este modo, su fe en Jesús y la adhesión a su persona se resquebrajan y acaban por abandonar la comunidad. Por eso, en definitiva, “escandalizar” significa a quitar la vida que Jesús comunica al hombre; y escandaliza el que en vez de hacerse último pretende ser superior a los demás y dominarlos. Como consecuencia, la única esperanza de vida plena se esfuma, aparece como una falsedad. Los que esperan libertad constatan que no la hay, y se hace fracasar la obra de Jesús.

La ambición de “los Doce” pretende, en el fondo, que continúe en la comunidad cristiana la desigualdad jerárquica característica del judaísmo que presenta un sistema estratificado de rangos y oficios y un ordenamiento impregnado por diversas categorías de “separaciones”. Ante esta situación, los “pequeños” se sienten defraudados. De ahí la severidad de la advertencia: Peor que morir es hacer daño a los “pequeños”, a los seguidores que, a ejemplo de Jesús, no tienen ambición de honor o preeminencia y adoptan una actitud de servicio (Mc 9,35). Jesús no amenaza con un castigo, sino que subraya la gravedad del escándalo. La mención de la “rueda de molino” encajada en el cuello no hace más que acentuar lo irremediable de la muerte. “Ser tirado al mar” supone una muerte sin sepultura, perspectiva que causa horror a los judíos. Sin embargo, es preferible esta clase de muerte a causar ese daño tan grande que aleja de la fuente de la vida.

Los peligros están representados figuradamente por tres miembros u órganos del cuerpo humano: Mano, pies y ojos. Cuando estos constituyen una amenaza para el seguidor de Jesús, es preferible privarse de ellos que ser excluido de la vida. Jesús intenta prevenir la corrupción de su mensaje, de ahí la fuerza de las tres advertencias, que muestra la importancia de lo que está en juego; quiere impedir que se destruya la igualdad fraterna que él crea entre los suyos y que es la garantía de la libertad personal.

La “mano” es figura de la acción o actividad; lo que pone en peligro de escandalizar es una actividad contraria a la de Jesús. Con la mano se sana, se levanta al desvalido; pero un mal proceder puede humillar y hundir al prójimo.

Los “pies” están en relación con el “camino”, con el seguimiento o no seguimiento de Jesús, El peligro sería ir por un camino que no lleva a la entrega y al servicio. Es el camino del brillo mundano, del deseo de triunfo personal con desprecio de otros. “Cortarse el pie” significa abandonar ese camino errado. Lo que parece una mutilación de la persona a los ojos de los hombres es vida y asegura la vida.

El “ojo” representa los deseos y aspiraciones de los hombres que manifiestan sus escalas de valores, sea verdadera o falsa; según la expresión de Jesús, “tener la idea de Dios o la de los hombres” (Mc 8,33). Metafóricamente, “el ojo” guía la actividad y elige el camino; es la raíz de toda actuación. Este aspecto se aplica más directamente a “los Doce”, aludiendo al modo de pensar que han demostrado.

A la expresión “ser arrojado al quemadero” (gehenna) se añade la frase “donde su gusano no muere y el fuego no se acaba”, texto tomado de Isaías (Is 66,24). El profeta expone los dos modos como suelen destruirse los cadáveres: La putrefacción (gusanos) y la cremación (fuego). Ambos son factores de descomposición. No se describe, por tanto, un tormento eterno sino la aniquilación total que, al impedir la resurrección, equivale a la muerte definitiva.

En resumen: Jesús, con su espíritu de apertura, rechaza la ambición de preeminencia y de exclusivismo que el grupo de “los Doce”, representados por Juan, pretende imponer a la nueva comunidad fundada por el Mesías. Las categorías del colegio apostólico deberán ser radicalmente abandonadas y sustituidas por la disponibilidad del servicio con un espíritu de pequeñez y de humildad. Jesús urge a los suyos seguir el camino que él mismo experimenta. Por dolorosas que sean, deberán asegurar su fidelidad a las enseñanzas del maestro porque está en juego el éxito o el fracaso de la existencia. Toda actividad, conducta o aspiración que busca el propio prestigio y el complejo de superioridad que lleva al dominio de los otros está viciada y hay que suprimirla, pues pone en peligro la fidelidad al mensaje, condición para el desarrollo personal y la eficacia en la acción misionera. “Los Doce” y los discípulos, en general, deberán estar atentos a no defraudar las expectativas de los que han visto en Jesús y en su mensaje la concreción del ideal de hombre y la esperanza de alcanzarlo.

Pbro. Dr. César Nery Villagra Cantero

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